La última bala

Henry Gunther fue el último soldado que murió en la Primera Guerra Mundial. Una ametralladora americana lo acribilló cuando se lanzó contra ellos justo un minuto antes de que se firmara el armisticio. La historia es así, capaz de encontrar a la última víctima de una guerra absurda, que se reprodujo una generación después con más salvajismo y voracidad.

De todas las guerras, la bala que no te puede matar es la última. Las primeras bajas de una guerra larga pueden hasta sentirse afortunadas. Son soldados que no van a penar lo que sus compañeros. Dejan de sufrir nada más empezar y ya.

La pandemia no ha sido como una guerra. Pero se le parece. Está siendo más larga de lo que todos, hasta los más pesimistas, pensábamos al principio. Pero como todo en la historia, algún día, parece que pronto, acabará. Y ahora que hemos atravesado este largo año de calamidades la última bala no nos puede matar.

Parece que estamos resignados a la cuarta ola. Los datos empiezan a no ser buenos. La incidencia sigue subiendo y sabemos qué es lo que pasará después: enfermará y morirá gente. Y lo peor, que sabemos que son sufrimientos que se podían haber evitado.

Escribo esta columna un viernes a última hora, bastante horrorizado por lo que he visto en las calles de Córdoba e incluso en las redes sociales. En las calles, gente agotada, vale, pero relajada. Interiores de bares llenos, besos, abrazos, etcétera. En las redes, gente que debería estar en su casa, perimetrada, que se ha recorrido cientos de kilómetros. Y que encima lo cuentan.

Según parece, Henry Gunther fue un insensato que se dejó matar. No escuchó a sus compañeros de batallón que le pedían que volviese. Tampoco a los alemanes a los que disparó que le decían que la guerra había acabado y que se dejase de tonterías.