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Tuvimos mucha suerte

Julio Anguita | MADERO CUBERO

Redacción Cordópolis

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Tuvimos mucha suerte. Era un vecino más, pero no lo era. Nos lo cruzábamos camino de su piscina. O nos lo encontrábamos en el Sótano, bajo los arcos de la Corredera, jugando al dominó en una mesa con amigos que solo hablaban de eso, de su jubilación, de la vida, de sus vecinos. Una mesa a la que casi nunca faltaba Pepa, la única mujer de la charpa que arrojaba fichas sobre la mesa.

Nos lo encontrábamos dando un paseo por las calles del casco histórico, cerca de esa casa de Puerta Nueva. Una casa normal para un político coherente sin aspiraciones, que renunció a la paga de jubilación que le correspondía por haber sido una de las figuras nacionales para vivir de la paga que le iba a quedar como profesor de instituto.

Se jubiló en el Blas Infante, donde dejó decenas de amigos nuevos y de alumnos que hoy frisan los 40 años auténticamente maravillados y enamorados de la historia. Por que aparte de político Julio Anguita era un historiador asombroso, de los que tienen la fecha precisa, el dato concreto, el nombre exacto para la situación actual. Estudioso del siglo XIX como fuente de todo lo que hoy es España, con sus muchas sombras, pasó los últimos días de su vida confinado en esa pequeña vivienda que compartía con Agustina.

Carmen, nuestra Carmen, habló con él poco antes de todo. Le dijo que estaba aprovechando para ordenar y catalogar sus libros, que se había comprado una bicicleta estática para mantener la forma durante el confinamiento. Y hasta bromeaba con que lo último que veía era un trocito de calle desde una reja. “Como una monja de clausura”.

Tuvimos mucha suerte de tener un vecino así. Que se retiró de la primera línea pero que se mantuvo siempre en la retaguardia, escribiendo, estudiando y pensando. Nunca decía que no a una entrevista. Ni aunque fuera el trabajo de facultad de un joven periodista. En eso era admirable. Podía dedicarte una, dos o tres horas. Todo el tiempo que tuvieses, siempre que hicieses preguntas interesantes.

Eso sí, huía de los focos. No le gustaban las fotografías. No quería posar. Él lo que quería era hablar, hablar y hablar. Y daba unos titulares sensacionales.

Hoy no hay ni un político con su vocabulario, con su facilidad de palabra, con esa sensatez que da la concreción.

Ha muerto una persona íntegra, honrada y educada. De las que no quedan.

De verdad que tuvimos mucha suerte.

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