¡A por lo que quede!
No hace muchos años, bromeaba en la redacción de El Día de Córdoba con un compañero sobre qué era lo que gritaban algunos “trincones”, profesionales del latrocinio de lo público, cuando la crisis ya azotaba a las administraciones y no había mucho en ellas que repartir: ¡A por lo que quede!, nos imaginábamos, divertidos, que gritaban esos corruptos, dignos sucesores de la picaresca española del siglo XVII que tan buenos libros nos dio pero que tanto daño hizo al país.
Ayer leía con estupor que este compañero no exageraba cuando gritaba, entre carcajadas, ¡a por lo que quede!, mientras yo me partía el ojal correspondientemente. La operación Púnica, la que ha acabado con la detención del senador del PP Francisco Granados, mano derecha de Esperanza Aguirre, se dedicaba a dar sablazos a la administración ahora mismo. Es decir, cuando menos contratos se adjudicaban, cuando menos dinero había en la administración, cuando peor lo estaba pasando la gente, estos nuevos corruptos más sablazos metían, más robaban, más dinero se llevaban a manos llenas. Es decir, se llevaban lo poco que quedaba en unas arcas públicas exhaustas y después de haber tenido la poca vergüenza de decirle a sus administrados que se siguieran apretando el cinturón, que es que habían vivido por encima de sus posibilidades.
No sé dónde está ahora mismo el listón ciudadano de tolerancia a la corrupción, pero dudo que muchos vayan a transigir con este caso, que de simple que es (no busquen aquí extraños sistemas de financiación) puede ser tan bestia y contundente para la opinión pública que provoque una especie de Tangentópoli a la española. No sé si lo recuerdan, pero el caso Tangentopoli en Italia (tangento significa soborno) se llevó por delante a toda su clase política: desapareció el partido socialista italiana, desapareció la socialdemocracia... y llegó Berlusconi.
Ahora, todo apunta a que estamos ante un caso en el que unos empresarios pagaban gruesas comisiones a los políticos por quedarse con contratos, de la manera más descarada.
Llámenme ingenuo, pero me cuesta creer que con la que está cayendo ningún alcalde o cargo público en España pueda tener la tentación de cobrar sobornos y llevarse el dinero a Suiza pensando que no lo van a pillar. ¿Son así de estúpidos o es que es superior su ansia por robar?
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