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Sobre este blog

Alfonso Alba es periodista. Uno de los cuatro impulsores de Cordópolis, lleva toda su vida profesional de redacción en redacción, y de 'fregado en fregado'. Es colaborador habitual en radios y televisiones, aunque lo que siempre le gustó fue escribir.

Los de pueblo

Ana Iris Simón

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Soy hombre, blanco y heterosexual. Licenciado universitario, 20 años de experiencia profesional y tengo un trabajo que, aunque no lo parezca, es respetado (y temido). No tengo el perfil para sufrir discriminación alguna por nada. De hecho, no la he sufrido jamás salvo cuando al otro lado hay alguien que sabe que me he criado en un pueblo. Es más, que he vivido hasta los 23 años (sin contar los años universitarios) en Fernán Núñez (el pueblo de los chistes de Córdoba). Desde siempre he notado un cierto clasismo urbano, a esa persona con la que estaba hablando una cierta pena por, vaya, pobre, vaya infancia habrá tenido. ¡En un pueblo!

Como en todos esos chips clasistas y prepotentes con los que se lucha (el machismo, que lo tenemos taladrado en el cerebro desde pequeños, es el mejor ejemplo de ello), subsiste en la sociedad un claro clasismo hacia la ruralidad. Llevo años escuchando que esto (rellenar aquí con prácticamente cualquier cosa mala) “solo pasa en los pueblos”, donde todos nos conocemos, nos liamos entre nosotros como los Austrias y nos salen los hijos tontos, somos medio analfabetos, de cultura limitada, con cero oportunidades y, en definitiva, unos desgraciados a los que reeducar.

A veces me siento como esos africanos a los que muchas misiones quieren evangelizar, llevar esa caña para enseñarles a pescar que dijo una vez Albert Rivera de los andaluces. Como si en los pueblos se viviera aún como en los tiempos de la II República en los que Federico García Lorca llevaba el teatro a los niños que lo veían por primera vez. O esa espectacular labor educativa que llevó las escuelas hasta el último rincón de España.

A mí no me ha pasado nunca como a Ana Iris Simón. Ella, en Feria, escribe que cuando era niña no le decía a nadie que sus abuelos eran feriantes y que ella se había pasado el verano de feria en feria de España, en vez de en la playa como todo el mundo. Cuando era muy pequeño recuerdo el orgullo de ver en la tele a un paisano, al ciclista Pepe Recio. Acababa de ganar la Volta a Catalunya, la carrera ciclista más antigua de España, y el periodista le felicitaba y le decía: “Bueno, por fin gana la Volta un ciclista catalán”. Pepe Recio le negó con la cabeza. “No, no. Yo soy de un pueblecito cordobés llamado Fernán Núñez”. ¿Cómo te quedas?

Nunca me sentí ni peor ni inferior por ser de un pueblo. Pero sí que sigo sintiendo ese clasismo rural a los que hemos tenido una infancia que, de verdad, se parece muchísimo a la de cualquier niño español de los años ochenta. Teníamos tele, radio, en mi pueblo había cuatro cines (tres de verano y uno de invierno), teníamos piscina, un campo de fútbol con césped natural y una pista de atletismo. Un instituto y tres colegios, una biblioteca con todo lo que un niño podía leer, una radio, una tele local (el famoso vídeo comunitario), coches, motos, bicis, salas de conciertos, dos ferias (chúpate esa) y hasta dos discotecas (los más puretas de la sala seguro que recuerdan el famoso rayo láser de la Génesis que, ojo, sigue funcionando).

Pero también teníamos campo, mucho, y una conexión con el medio ambiente que bien aprendida genera un conocimiento enciclopédico. Los de pueblo sabemos, siempre, por dónde sale el sol, por dónde va a llover, si el viento es bueno o malo, por ejemplo. Y como los de ciudad somos capaces de lo peor, de dejar de hablarnos con nuestra familia por una herencia, de cometer crímenes o delitos. Pero no, no todos somos Puerto Hurraco.

La gran diferencia es que en un pueblo todo se ve. Lo bueno, y lo malo. En un pueblo es imposible esconder la muerte como ocurre en las ciudades, que se la han llevado a los hospitales. Los niños que jugábamos al fútbol en el Paseo suspendíamos el partido cuando pasaba un cortejo fúnebre camino del cementerio y nos poníamos las manos entrelazadas en la espalda en señal de respeto. Así vimos a uno de nuestros amigos, que el día de antes jugaba con nosotros, cuando se mató con su padre en un coche en la Cuesta del Espino.

No escondemos la maldad humana y es difícil escapar a una vigilancia que cuando tienes 20 años te asfixia. Pero una vez superada te ayuda a superar dificultades. O te abre la mente.

No, no apedreamos a los gays. En mi pueblo, de hecho, se constituyó la primera pareja de hecho de Andalucía entre dos hombres. Conozco a homosexuales en lo más profundo del armario que viven en Córdoba capital, en un ambiente no precisamente conservador.

Y sí, hay gente que maltrata animales. Pero muchos más que los aman. Yo diría que es la misma proporción que en una ciudad, solo que en los pueblos lo vemos más. Pero claro cuando alguien se entera de que podemos tener a un ciervo como mascota se echan las manos a la cabeza. Gente que luego ve muy guay que un submarinista sudafricano se haga amigo de un pulpo. Y no se dan cuenta de que es lo mismo.

En el fondo, creo, gran parte de los ataques que ha sufrido Ana Iris Simón por su libro vienen de gente que no entiende lo que es el mundo rural. Y que tan bien se explica en ese libro con el que me he sentido tan identificado.

Como dice Quequé en La Vida Moderna, ante aquello que no entiendes, desconoces, o hacia lo que te sientas superior, tú di que es fascismo y tira para adelante.

Aunque no se note, las ciudades solo sobrevivirán gracias al mundo rural. Una ciudad no produce alimentos pero sus vecinos comen todos los días. Es más, su basura suele acabar precisamente en el campo. Si los pueblos se acaban vaciando por que como dice Ana Iris deja de haber niños y gente que los llenen, no habrá casas para poner placas solares, pero tampoco trabajadores que llenen las neveras de los urbanitas, veganos o carnívoros, que no entienden que ellos necesitan mucho más al mundo rural, que el mundo rural a ellos.

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Alfonso Alba es periodista. Uno de los cuatro impulsores de Cordópolis, lleva toda su vida profesional de redacción en redacción, y de 'fregado en fregado'. Es colaborador habitual en radios y televisiones, aunque lo que siempre le gustó fue escribir.

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