Predicar y dar trigo
Un amigo me insiste mucho desde hace semanas en que vivimos, seguro, la peor crisis de nuestra generación pero que en este preciso instante tenemos a la peor generación de políticos.
No lo sé. Tendemos a idealizar el pasado y a condenar el presente. A pensar que en la Transición todo fueron enormes estadistas que estuvieron a la altura de las circunstancias. O a considerar a Churchill como un ideal de político, olvidando Gallipolli o Dunkerque. Pero bueno.
Si hay algo que tengo claro es que tampoco es que tengamos ahora a la mejor generación de políticos al mando o en la oposición. Es un hecho. La gestión previa, durante y, me temo, posterior a la crisis del coronavirus está dejando mucho que desear en todos los ámbitos. El Gobierno pecó de optimista cuando en Italia tenían ya al bicho desbocado. Después, ha errado en la gestión. Quizás su mayor acierto fue la de imponer la cuarentena más bestia de Europa. Pero ha ido saltando de improvisación en improvisación, y desde luego ha faltado diálogo.
Pero claro, enfrente estaba una oposición poco dispuesta a dialogar, que ha olido la sangre y que, creo que es una evidencia, ha entendido la crisis sanitaria más como un desgaste que como lo que se nos venía encima, un desastre sin paliativos que en dos años nos va a hacer sufrir mucho más que ahora.
En este círculo político se ha reatroalimentado un odio hiperbólico que subyacía en el subsconsciente del país. La hipérbole de la derecha, hablando de golpes de estado, de ataques a la libertad de expresión (en serio, los de la ley mordaza), acusando al Gobierno poco menos que de estar matando a gente, ha provocado justo lo contrario de lo que pretendía: prietas las filas en la izquierda que viene lo peor. Ese prietas las filas está impidiendo, también, cierta crítica propia.
No tengo duda de que el Gobierno no quería matar a gente. Tampoco en que está haciendo todo lo que puede o sabe en salvar a mientras más vidas mejor. Lo mismo pienso que hacen, de una u otra manera, todas las comunidades autónomas. Algunos saben hacerlo mejor. Otros sencillamente no tienen ni idea. Y quiero pensar que nadie se alegra de que cada día haya más muertos y contagios, que quiera que esto se alargue básicamente por un puro interés ideológico o político.
Pero los ciudadanos, quizás, nos merecemos que nos empiecen a tratar ya como adultos. La política también cambiará con esta crisis. Posiblemente a peor. Y lo que valía en febrero de este año es probable que ya no tenga sentido a partir de ahora. O sí. Pero por favor, esto es algo que recordaremos siempre. Y la historia, casi siempre también, pondrá a cada uno en su sitio. Y veremos quién ha estado a la altura.
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