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El petróleo cordobés

Alfonso Alba

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En Córdoba, si se perfora el subsuelo por el agujero no sube petróleo ni gas (bueno, mentira, petróleo hay, en la Campiña, pero es de tan mala calidad que no es rentable extraerlo). No. Si se perfora el suelo lo más normal es que lo que broten sean restos arqueológicos. Hace una semana, en la zona de Poniente, en la excavación de unos solares sobre los que se construirá un hospital privado y viviendas, aparecieron decenas de tumbas de época califal en lo que se va confirmando como el gran cementerio de la gran ciudad de Qurtuba, la de los que algunos exageran y dicen que tenía un millón de habitantes.

El asunto, como suele, pasó con más pena que gloria sobre la actualidad local y la agenda de candidatos y responsables públicos de la ciudad. Como suele. En esta ciudad, no sé si por desidia, desconocimiento, ignorancia, incultura o temeridad, se ha considerado a la arqueología como un estorbo. Un quítame esos restos que tengo que construir este bloque de pisos y no puedo esperar un par de meses más. ¿Para qué esperar dos meses a aflorar los restos de nuestros antepasados que pueden llevar siglos ahí abajo?

Hace años, en una campaña electoral como la que acaba de empezar, escuché a varios candidatos prometer la creación de una ruta arqueológica en Córdoba. Decían, con razón, que en Córdoba se podía hacer una ruta inimitable en cualquier otra ciudad. ¿Quién ha sido capital de una provincia romana y después de todo un estado, y quién conserva restos y edificios en uso desde entonces?

En estos cuatro años, hay que agradecer, y poco más, a este gobierno municipal su apuesta por dar a conocer el Templo Romano de Claudio Marcelo, que en el fondo no deja de ser un pastiche pero que sí, es verdad, es muy impresionante. Y poco más.

El gigantesco coliseo romano cordobés, ese que está bajo la facultad de Veterinaria, sigue a la espera de que alguna vez alguien decida retomar una excavación que se abandonó por desidia, desinterés, ignorancia o falta de dinero. Un dato: es solo unos metros más pequeño que el de Roma. ¿Se acuerdan de la Villa Romana de Santa Rosa? ¿No, verdad? Está cerrada. ¿Recuerdan un centro de interpretación en el malogrado y destrozado yacimiento de Cercadilla? También chapado. ¿Alguno de ustedes ha visto la calle romana en perfecto estado de conservación que está en unas cocheras de un edificio de Ciudad Jardín? Tampoco. Sigue clausurado. Y qué decir de los restos de la antigua Saqunda a los que se los comían los jaramagos en el solar del que iba a ser el Palacio de Congresos y que alguien decidió tapar con tierra a lo bestia para colocar encima una plaza de toros portátil para que fuera un anfiteatro romano.

El Silo, ese edificio gigantesco que recorta el horizonte en Poniente, está lleno de restos arqueológicos. Todo lo que ha ido saliendo de los solares sobre los que se ha extendido la ciudad de Córdoba en los últimos años se ha trasladado a ese gigantesco almacén que está apunto de reventar. Todo el tesoro del subsuelo cordobés, que llevaba siglos inalterado, fue sacado por pacientes arqueólogos que bastante bien lo hicieron para que, quien sabe, si los cordobeses del futuro descubren algún día que su petróleo está allí, que la riqueza de esta ciudad está en el pasado. Y que nuestro futuro está ahí, en el pasado.

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