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¿Cómo mostrar el horror?

Alfonso Alba

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Hace 15 años, cuando comencé en este oficio, me especialicé en cubrir accidentes de tráfico. No lo elegí ni pedí. Sencillamente me tocó. Entonces, en la redacción, un compañero, Manolo Guerrero, tenía sintonizada la emisora de emergencias (no me pregunten cómo). Por eso llegaba el primero. Por eso me llamaba el primero. Y por eso llegué, sin quererlo, el primero a algunos accidentes, incluso antes que la Guardia Civil.

En esos años, yo que me desmayo con la sangre, vi cosas horribles. Incluso tuve que reconocer a una víctima a la que conocía y que la Guardia Civil no podía identificar. Desde el periódico, me pedían que hiciera fotos de todo, que luego ya decidiríamos qué se publicaba y qué no se publicaba. Nunca hice fotos de todo. No pude. Pero sí algunas que hoy serían impublicables.

Entonces, no había redes sociales. Los periodistas íbamos, hacíamos nuestro trabajo y no recibíamos feedback alguno por parte de los lectores, más allá de alguna carta al director o de que te encontrases a alguien por la calle que te conociera. Es más: me harté de ceder fotos a la Guardia Civil para sus investigaciones y acudir a juicios como testigo.

El cómo mostrar el horror lo decidíamos los periodistas. No publicábamos la primera foto que se nos aparecía, la más horrible, la más sangrienta. En las guerras, por ejemplo, los fotoperiodistas tienen fotos mucho más horribles que la del miliciano de Capa o la niña desnuda y corriendo tras un ataque con napalm. En la batalla de Mosul he visto fotos que no se han publicado que terroristas del Daesh desmembrados o de niños sin cabeza. El horror real.

Ahora, después de cada atentado las redes sociales y, sobre todo, los grupos de Whatsapps se llenan de vídeos y fotos que nadie filtra. Minutos después del atropello masivo ya tuve en mi teléfono un vídeo que casi me hace vomitar. Las fotos, igualmente salvajes. Casi todos, de ciudadanos que desenfundaban su móvil y se ponían a grabarlo todo, sin pensarlo, y a publicarlo, sin meditarlo. El horror. Precisamente, lo que buscaban los terroristas: que nos paralicemos ante su salvajada.

David Jiménez fue director de El Mundo y uno de los periodistas con más criterio que conozco. Obviamente, hay que mostrar muertos en las guerras, niños desnutridos en las hambrunas y víctimas en los atentados. El periodismo es duro. Y crudo. Pero necesario en estas situaciones. Se puede informar de una manera contundente sin necesidad de mostrar el cadáver machacado de una niña, los gritos desesperados de gente moribunda o a gente con las tripas en la mano. Ya nos pasó en 11-M. No hizo falta publicar aquellas primeras fotos. Con los trenes reventados, con las mantas sobre los cadáveres imposible de identificar para el espectador, fue suficiente. El resto es alimentar el horror que precisamente buscaban los terroristas. No les ayudemos.

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