La huella franquista
Acabo de zamparme de una sentada 'El monarca de las sombras', el último libro de Javier Cercas. Como él mismo explicó en Córdoba, en el Foro ABC, no es otro maldito libro sobre la Guerra Civil, sino sobre su madre y su familia. Una exploración al “pasado presente”, a ese del que todavía vive la gente que lo contempló o sufrió. Pero además de sobre su madre, es un libro sobre la huella franquista que todos tenemos. ¿Quién no tiene un familiar que luchó en la Guerra Civil en el bando equivocado? ¿Quién no tiene un familiar que sufrió represión o las consecuencias de una de las mayores desgracias de la historia de España?
Las huellas del franquismo, nos guste o no, siguen vivas. Es imposible huir del pasado, porque a diferencia del futuro ya está escrito. Y es cobarde no afrontarlo con valentía y consecuencia. España es un país que sufrió una dictadura tan salvaje como la de Hitler en Alemania (ojo, que en Córdoba se fusiló a un 5% de su población, un porcentaje levemente superior al de algunas ciudades de Polonia), un régimen que una vez liquidado medio país se fue levemente suaviando (ojo, que Franco murió firmando condenas de muerte) y que transigió en una democracia, la actual. Estoy de acuerdo con Cercas en que la Transición no se fraguó sobre el olvido, sino teniendo más que presente la historia de España: nadie quería un nuevo baño de sangre, nadie quería un nuevo enfrentamiento salvaje. Y que a nadie se le olvide que en la idealizada Transición hubo casi 600 muertos, de ETA, del Gal (o Batallón Vasco Español), del Estado y de la extrema derecha.
No voy a juzgar cómo se hizo la Transición, pero sí que haya quedado como una foto fija de la que es imposible evolucionar. Se firmaron los pactos de la Moncloa y se aceptaron entonces, con ese miedo que permaneció años (yo conocí a una señora de un pueblo a la que la Guardia Civil durante la guerra mató a toda su familia hacerse pipí encima cada vez que veía un tricornio), una serie de acuerdos para intentar no remover lo más injusto de nuestro pasado. Olvidamos a más de cien mil muertos en fosas y cunetas, decidimos amnistiar a los últimos verdugos que aún hoy siguen vivos y pasamos una página imposible.
Todos en nuestro pasado tenemos familiares que hicieron cosas mejores o peores. O que simplemente hicieron las cosas que le obligaron, estuvieran mejor o peor. No estamos aquí para juzgarlos con los ojos del 2017 lo que cada uno de nosotros habríamos hecho en 1936: probablemente, cagarnos de miedo. Pero ya va siendo hora de que sin complejos nos sacudamos las últimas huellas del franquismo que siguen vivas.
Desenterrar a los muertos que no son de una parte si no de todos debería ser una prioridad. Pero tampoco está de más que los homenajes que entonces se hicieron a los vencedores se eliminen de un callejero que debería ser de consenso y en el que deberían aparecer nombres de personas intachables. Incluso, los periodistas deberíamos hacer un poco de autocrítica y reivindicar a esa prensa anterior a la Guerra Civil, valorar que en Córdoba hubo entonces más periódicos que ahora y que el brutal golpe de estado de 1936 acabó con el fusilamiento de los periodistas libres que, esos sí, se jugaban el cuello con lo que escribían. Lo que vino después fue una vergüenza. Y eso también hay que decirlo.
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