La huelga
http://youtu. be/hsBo3rN6Z1M
El 1 de mayo de 1886, unos sindicalistas anarquistas fueron ejecutados en Chicago. Acababan de iniciar una huelga general para pedir una jornada laboral de ocho horas en todo el país. Hasta esa fecha, estaba regulado que cualquier trabajador podía estar un máximo de 16 horas en el tajo. Más era delito. Un tajo de 1886, imaginen, no era una oficina, no. Era una mina, el fogón de un ferrocarril, una industria de metales pesados que mataba a los 40 años a todos sus trabajadores por contaminación... En fin.
Tras esta ejecución de trabajadores, una huelga general paralizó Estados Unidos. Chicago se convirtió en epicentro de las revueltas. El 2, el 3 y el 4 de mayo los obreros convocaron manifestaciones multitudinarias. Ese día se concentraron unas 20.000 personas en la plaza de Haymarket. La Policía actuó para disolverlos y alguien arrojó una bomba matando a un agente. La huelga atenazó a la industria estadounidense y, finalmente, los patronos escucharon a los obreros. Aceptaron que nadie en Estados Unidos podía trabajar más de ocho horas seguidas.
El artículo 28.2 de la Constitución Española dice, literalmente: “Se reconoce el derecho de huelga de los trabajadores para la defensa de sus intereses”. Por algo será que se reconoce. Vamos, digo yo.
He necesitado tres párrafos para explicar el porqué de una huelga. Es el síntoma más claro del agotamiento del movimiento obrero, de la desunión de los trabajadores y, sobre todo, de la victoria del discurso de la “mayoría silenciosa” que es la que desde su casa, sentada en el sofá, cambia las cosas yendo a votar una vez cada cuatro años. Es a esa mayoría silenciosa a la que le debemos el Estado del Bienestar. Es a esa mayoría silenciosa a la que le debemos que la sanidad sea pública, gratuita y universal. Es a esa mayoría silenciosa a la que le debemos que cualquier ciudadano, sea quien sea, venga de donde venga, tenga derecho a una educación pública y gratuita.
La mayoría silenciosa, ya lo sabe usted mejor que nadie, fue la que provocó, quedándose en su casa, que si hoy le despiden usted va a cobrar como indemnización dos tercios menos de lo que cobraría a principios de año. Una indemnización injusta porque usted se debería ir a la calle sin un céntimo y dando las gracias por haber recibido un sueldo.
Mire usted, que diría aquel presidente del bigote, podemos discutir sobre los sindicatos y el papelón que están haciendo en estos últimos años. Un día le haremos una huelga a los sindicatos de clase y yo seré el primero en acudir. Pero no me diga usted que la huelga es una tontería, que es dañina, que no sirve para nada y que prefiere ir a trabajar para no perder el sueldo de ese día. Si lo hace, si usted tiene la poca vergüenza de decírmelo en la cara, lo único que le deseo es que esta noche no le dejen dormir los recuerdos de las miles de personas que murieron para que usted pudiera vivir tan bien como ha vivido, y tener los derechos que (me temo) ha tenido.
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