La gran invasión
Que sí, que el mayo festivo es lo mejor de lo mejor que le puede pasar a una ciudad deprimida y azotada por unas insostenibles cifras de desempleo. Que sí, que no voy a ser yo quien critique que miles y miles de personas nos invadan durante un mes que cada vez tiene más días (¿quién fue aquel que dijo lo del 40 de mayo?) porque al final se dejan sus cuartos en terrazas que cada poco surgen como champiñones hasta de debajo de las piedras (anécdota real, pregúntele a cualquier cordobés y le dirá cómo le ha salido una terraza en sus mismas narices que no esperaba).
Que sí, que las cifras de desempleo van a bajar una barbaridad porque se va a contratar a un montón de camareros que serán inmediatamente dados de alta en la Seguridad Social con sueldos superiores a los 1.000 euros. ¿Verdad? ¿Verdad? Que sí, que ya lo sé, que hay que aguantarse con la gran invasión que cada año que pasa va a más cuando llega mayo.
O no.
El turismo en Córdoba está demasiado estacionalizado en un mes en el que algunos hoteles llegan a cobrar más de 1.000 euros por noche, en las escasas plazas que se le quedan libres. También demasiado masificado. Y eso es un riesgo grave. Ni la Fiesta de los Patios, ni la esencia de las cruces de mayo son comparables a, por ejemplo, lo que ocurre en Pamplona con los sanfermines, cuando la ciudad se llena de borrachos que más que dinero lo que dejan en la ciudad es un perenne olor a meado y pota que provoca arcadas desde lejos. Y el rechazo del turismo más rentable: aquel que lo que quiere es gastar cómodamente su dinero y no beberse una cerveza caliente en un vaso de plástico.
Para eso ya tenemos la feria, que muy inteligentemente alejamos de la ciudad.
Si convertirmos la ciudad en una feria durante las cruces y los patios corremos un riesgo: matar a la gallina de los huevos de oro.
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