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El desencanto

Alfonso Alba

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Aunque sea el título de una película mítica de Jaime Chávarri, reivindicada hasta la náusea por la modernez patria, El Desencanto, así con mayúsculas y cursiva, hoy en día es un estado de ánimo.

No funciona nada, o al menos nada funciona como debía funcionar. Por no funcionar, no funciona el país. Ayer, la mejor metáfora de la situación de España la sufrió el Príncipe de Asturias cuando tuvo que suspender un viaje oficial a Brasil porque se había averiado el avión. Ya está. Avería, problema irresoluble, suspensión de lo previsto y a otra cosa. Han dejado de funcionar hasta las cosas que le sirven a la gente importante.

No funciona el Estado, no funciona la Justicia, no funcionan los partidos, que ni ofrecen soluciones ni consiguen generar ilusión a través de alternativas creíbles. No funcionan los bancos. No funciona la economía.

Y todo esto provoca desencanto: con el Estado, con la Justicia, con los partidos, con los bancos, con la economía. Y eso es algo muy peligroso.

El desencanto genera desconfianza, hastío, hartazgo y desconexión. Un pueblo desencantado se desentiende de lo que le rodea. Se muestra apático hasta que de repente pasa algo o llega alguien.

Italia era un país desencantado en los 90 por la corrupción de la mitad de sus políticos hasta que se ilusionó con la llegada de Berlusconi. Ahora, vuelve a serlo.

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