Cosmopetada
“Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto Rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la puerta de Tannhäuser”. Y en octubre del 2017, mientras media España se lía a voces con la otra media, y una parte de Cataluña se quiere independizar del resto, he visto colas de gente para entrar a un recital de poesía. Y a mucha de esa gente quedarse fuera. Y a personas que jamás imaginaría acudiendo de manera educada y militante a un festival internacional de poesía como es Cosmopoética.
La edición del 2017 ha sido la del regreso. Cosmopoética nació con fuerza, con actos masivos en un género literario, el de la poesía, que es de todo menos multitudinario. Poco a poco se fue diluyendo. Primero, obvio, por falta de presupuesto. Después, incluso, por decisiones políticas, como fue descabezar a su dirección literaria. Más tarde, por un cambio de fecha. Y finalmente por la apuesta por sacar a concurso su gestión.
Este año, quizás, la empresa que ganó el concurso ha tenido más tiempo de diseñar un festival que parece haber calado definitivamente. O ha tenido mejores ideas.
De los primeros festivales recuerdo especialmente los conciertos. A través de ellos, uno entraba en su programación y descubría cosas que más allá de la música podrían resultar interesantes. Este año, se ha recuperado ese espíritu inicial, no tanto con conciertos sino con la presencia de músicos que también son poetas, o de poetas que hacen música. Son ellos, los músicos, los que están abriendo las puertas a la poesía a jóvenes a los que jamás se les hubiera pasado por la cabeza acudir al festival. El viernes, por ejemplo, muchos de los que acudieron a ver a Nach asistieron a los recitales previos, quizás más para coger sitio que para otra cosa, pero allí estaban atentos y hasta aplaudiendo.
Abriendo un melón de debate, es como si de repente Cosmopoética le hubiera dado la razón a la academia sueca que decidió concederle el Nobel de Literatura a Bob Dylan.
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