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Los chalecos amarillos

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Alfonso Alba

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Algo está pasando en Francia. No está claro el qué, pero algo se mueve en el país vecino. Miles de personas con chalecos amarillos están, literalmente, incendiando el país. No es algo que extrañe de un francés. Están orgullosos de haber guillotinado a un rey y cualquier trabajador no duda en acudir a la movilización para defenderse. Y eso es lo que están haciendo, pero de una manera rara.

Por primera vez en décadas, un movimiento sin líderes ni organizaciones sindicales o políticas definidas está tomando el país. El Gobierno Macron los identifica con la ultraderecha, pero el movimiento empieza a despertar simpatías entre la izquierda y los sindicatos. No dejan de ser los obreros de siempre los que se están levantando contra un Gobierno que está mirando bastante poco por ellos.

El cambio climático es una realidad. Pero hacer pagar a los de siempre, a los que menos recursos tienen, la factura de la transición ecológica es una barbaridad. La chispa en Francia ha saltado por la intención del Gobierno de subir los precios de los combustibles en 2019. En un país donde el diésel y la industria del coche es legión esta medida afectará, como siempre, a los que menos dinero tienen para llenar el depósito. Y son esos, con matices, claro, los que están tomando las calles de una manera poco pacífica.

En España, el Gobierno ha anunciado que hará lo mismo. Es una directiva europea, sí. Pero es injusto. Muchos españolitos medios tienen un coche diesel que se compraron en su día porque les dijeron que era lo mejor y más barato. Incluso el Gobierno, con sus planes Renove, incentivaba su compra. Y ahora los coches diesel son ETA. Vale. Lo son. Pero la transición energética debe ser eso, una transición.

El cambio climático somos todos, pero unos más que otros. Es insostenible que cada ciudadano en el mundo tenga un coche con combustible fósil, sí. Y todos quisiéramos tener uno eléctrico o que el alquiler de estos fuera accesible. Pero no es posible. O no es posible hacerlo ya. Pero cargar la factura desde ya sobre los que menos recursos tienen es injusto.

En Oriente Medio la primavera árabe estalló por el precio del pan (provocado por el cambio climático y una cosecha excepcionalmente baja). En Francia, por el de los combustibles. Están claras las necesidades del primer mundo. Pero esos combustibles alimentan la vida de gente que ve cómo cada año baja su poder adquisitivo.

Si el Gobierno quiere subir el precio del diésel para que no se vendan más estos coches, o los que los tienen los usen menos, tiene alternativas. Una, limitar cada vez más el acceso de los coches a las ciudades. La segunda, potenciar el transporte público de verdad. Y bonificar a aquellos trabajadores que deciden moverse sin contaminar. Quizás si lo viéramos al revés ya no querríamos llenar el depósito. Quizás si fuese más rentable moverse sin contaminar y sin perder poder adquisitivo, sino ganándolo, la transición podría ser más rápido.

Mientras, ya estamos viendo qué está pasando en esta campaña andaluza. Y no lo duden, los chalecos amarillos llegarán a España.

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