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El capote

Un ciudadano, mostrando un capote en un Pleno del Ayuntamiento de hace varios años.

Alfonso Alba

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En el siglo XXI, la política ha devenido en marketing. Desde que un actor como Reagan, que tenía su ideología, ganó unas elecciones en Estados Unidos, los cerebros de las campañas electorales de prácticamente todos los partidos de todos los países del mundo se esfuerzan en construir un relato con el que ganar elecciones. Tampoco importa tanto la ideología o qué hacer con la institución de turno, cuando de lo que va esto es de una lucha encarnizada por el poder.

En estos años durísimos de noticias falsas, de bulos, de viralidades en redes sociales, de algoritmos potenciando todo lo que puede generar discursión, ira e indignación, el relato va de la provocación. Si los que presuntamente son tuyos ven cómo cualquier cosa que dices se convierte inmediatamente en objeto de ataque, burla o chanza por parte de tus, también presuntamente, rivales políticos, pues relato que te ganas. Algo en lo que la presidenta de la Comunidad de Madrid se mueve como pez en el agua. Su manera de cabrear a la izquierda diciendo barbaridades y, en ocasiones, atentando contra el sentido común (la última gordísima ha sido acusar a los médicos de boicotear la atención primaria), es algo que enardece a sus fans hasta niveles extremos.

Pero esa lucha por el relato tiene otro peligro añadido: el desenfoque. Como un torero con un capote, el nuevo marketing político decide sacar un capote en el que miles de tuiteros acaban embistiendo. Las llamadas batallas culturales. Ahora toca hablar de si los sanitarios son o no unos malvados que se sabotean a sí mismos. Por el camino se olvida, quizás, lo importante. Y por supuesto se deja de discutir de lo que realmente puede cambiar la vida de la gente, de las políticas que hacen falta, del medio o, vade retro, el largo plazo.

Mientras funcione el relato, mientras las elecciones se decanten a favor del que mejor maneje el marketing, va a ser imposible arreglar nada. Y lo que queda descartado es mantener un debate sosegado y constructivo sobre algo. Y sí, gran parte la tiene una enorme proporción de la prensa. Nuestro trabajo no consiste en sentar a dos personas a discutir sobre si está lloviendo o no, sino en salir a la calle y comprobarlo.

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