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El abismo

Alfonso Alba

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Últimamente, cada semana en España sucede un acontecimiento histórico. Esta ha tocado que por primera vez en la historia los españoles hayan sido llamados por cuarta vez a las urnas para elegir a los diputados del Congreso en solo cuatro años. Dentro de un siglo me compadezco de los estudiantes españoles que tengan que revisar nuestra historia y que se echen las manos a la cabeza de este tiempo loco, de este tobogán político en el que año tras año cometimos (¿cometimos o cometieron?) todas las estupideces juntas.

Esta semana hemos salido de dudas. Habrá elecciones. Los partidos a los que los españoles votaron libre y tranquilamente han sido incapaces de ponerse de acuerdo. Ahora volverán a presentarse a las elecciones los mismos. Las posibilidades de que se vuelvan a poner de acuerdo si sale lo mismo se reducen a cero. En Israel, por ejemplo, se han repetido las elecciones por lo mismo. Y, sorpresa, el resultado ha sido prácticamente idéntico.

Pero ante tanto tacticismo electoral, ante tanto cálculo, ante tanto odio al rival, ante tanta visceralidad, y ante tanta incapacidad, se está abriendo un abismo bajo nuestros pies: la desafección.

No hay más que darse una vuelta por los bares, por las redes, por cualquier reunión de trabajo, de amigos o de familia, para comprobar el hartazgo ante la situación política. Soplidos y resoplidos cada vez que sale el tema. Apatía, desilusión y bastante cabreo. No sé si las encuestas son capaces de medir algo así. Por eso, quién sabe, nos podremos llevar alguna sorpresa el 10 de noviembre. O no.

La desafección es la madre de muchos males. Votar sin ilusión puede generar monstruos. O incluso no votar. Se abre un abismo que será difícil de cerrar. O al menos hacerlo con los mismos que han llevado a España al bloqueo. Una vez más.

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