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La Vía Parcelista

Manuel J. Albert

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Soy tres cuartos levantino, un cuarto canario, andaluz de adopción, catalán de crianza... Sería el español perfecto si no fuese porque cada día estoy más cansado de todos los gentilicios locales y nacionales. Sin distinción. De todos. Españoles, catalanes, andaluces... Tengo el firme propósito de atrincherarme en Trassierra y fundar un cantón en mi parcela. Estoy convencido de que es el único movimiento coherente ahora mismo. El parcelismo. El parcelismo cordobés.

Mi movimiento, copiando vilmente a mis colegas nacionalistas del norte y a su Vía Catalana para la independencia, se va a llamar la Vía Parcelista. Y se va a basar en los principios del fundador y primer parcelista genuino de esta tierra: Abderramán III y su chalet de Medina Azahara. Olviden eso que dicen acerca del significado político para la representación del poder absoluto de aquel pedazo de parcela -a todos visos ilegal- que se montó nuestro califa a las faldas de la sierra. No. Lo que Abderramán quería, en lo más hondo de su ser, era que le dejasen en paz. Sé que mi teoría viola todos los escritos históricos y se pasa por el forro el sentido común pero díganme qué movimiento -¿nacionalista? ¿patriótico?- no lo hace.

Siguiendo los pasos del omeya y esculpiendo la piedra angular de mi pensamiento con el grito de “¡dejadme en paz!”, obvio los pocos vestigios de inteligencia que me restan y declaro que la Vía Parcelista establece que todo ser humano tiene derecho a un pedazo de tierra. En ella podrá, si lo desea, hundir su cabeza para, educadamente, levantar el puño mostrando al resto del mundo el dedo medio, bien tieso. ¿Un claro gesto ofensivo? Pues sí. La Vía Parcelista es así.

La Vía Parcelista es ácrata, atea, nudista y respondona. Tampoco tiene bandera. Y es que el perfecto parcelista de la Vía Parcelista hace paños de cocina con todas las señeras, insignias y escudos bordados que se le pongan por delante. No hace distingos pero tampoco los destruye. Los recicla. Como perfecto parcelista de la Vía Parcelista que es.

El perfecto parcelista de la Vía Parcelista no se emociona con himno alguno, carece de nación, idioma, cultura y tradiciones conocidas. Desprecia incluso las que le serían propias, como el perol de los fines de semana, el espolio de restos arqueológicos o la perforación de acuíferos. La Vía Parcelista es contradictoria. Eso sí, la Carta Magna de los parcelistas de la Vía Parcelista es de unánime cumplimiento en su único punto: cuidado con el perro.

El perfecto parcelista de la Vía Parcelista se distingue por dar los buenos días, tardes y noches cuando corresponde -y por doquier- a todo el que se le cruce. Y cuando ocurra, también se descubrirá, si lleva sombrero, lo que no viola las normas no escritas del nudismo que, por otro lado, están para violarlas. Y siempre dejará salir antes de entrar.

Y poco más.

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