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La playa de Ceuta

Manuel J. Albert

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Suele ser mullido, agradable al tacto, reclinable y elegante. Vive detrás de una mesa amplia, de madera noble, sin arañazos y con distintos tonos cuidadosamente distribuidos. Pero lo importante es ese asiento y ese respaldo ancho y alto que retrepa por detrás del escritorio. Cuando uno se deja caer en él, siente un abrazo cálido y un súbito alzamiento del alma y la entrepierna. Como por arte de magia, todos son más bajos que tú y suelen tenerla -sorprendentemente- más pequeña que tú. Con suerte, la vitrina de la derecha te devolverá el reflejo, mostrándote que la realidad es tal y como la sientes: estás allí sentado, digno y enorme, en el sillón -El Sillón- y al frente de un cargo -El Cargo- para el que sin duda has nacido, que mereces más que nadie y del que nunca te sacarán.

Nadie sabe mejor que ese sillón lo que sufre fuera del despacho el dueño del par de nalgas que besan su piel vuelta, a través del algodón, todas las mañanas. Nadie entiende mejor que él las amarguras que padece El Cargo, presionado siempre por todos, incomprendido por todos, acosado por todos. Y solo un sillón cómo él puede devolver la calma, la serenidad y el equilibrio a quien ostenta El Cargo, haciéndole ver lo equivocados que están todos -menos El Cargo-, lo hipócritas, cínicos, aviesos, canallas y rufianes que son todos. Menos El Cargo.

Es El Sillón el que abraza al Cargo y acaricia con cuero bien cuidado su pelo engominado y le dice al oído: “Ellos se lo buscaron; algunos se hundieron, se ahogaron, sí, pero nadaban violentamente; chapoteaban de forma agresiva; ilegalmente; era una invasión; un asalto; un atentado contra España”. Y el Cargo respira hondo. Y se relaja al oírlo. Y se lo repite a sí mismo en una letanía musitada. Y se mira de nuevo en la vitrina de la derecha, donde guarda las medallas y los trofeos. Y entre ellos, ve su cara trasparente como la sombra en blanco y negro de un vídeo grabado en Ceuta. Y se arregla ligeramente un mechón que escapa tieso de su cogote. Y se hunde un poco más en El Sillón. El sillón del que nunca se levantará para marcharse.

Porque El Sillón es suyo.

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