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Inventores

Manuel J. Albert

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El otro día hablé con un inventor. Bueno, ahora no tienen ese nombre. Son técnicos avanzados en vete a saber qué vocablo anglosajón. Pero usando el término antiguo, vendría a ser un inventor. La mayoría ya no trabajan en desvencijados sótanos rodeados de máquinas extrañas. En cambio, suelen hacerlo en asépticas oficinas, iluminadas con la pantalla de los ordenadores y tapizadas con folios, bocetos, informes y la clásica pizarra Vileda. Son los departamentos de innovación y desarrollo. Algo que, en la gran mayoría de las empresas cordobesas, simplemente, no existe.

Pero yo conozco a uno. Bueno, al menos le vi y crucé unas palabras con él. Me contó aspectos de un par de proyectos en los que llevan años trabajando. Ideas sencillas, ingeniosas y con un enorme potencial de uso. Tan simples, algunas, que parecen sacadas de la cabeza de un crío. Pero más allá de su sencillo concepto y uso, esconden enormes posibilidades para la mejor gestión de la vida de todos.

No les voy a contar de qué trataban los dos inventos porque ni le he pedido permiso ni sé si realmente se puede hablar de ellos. Pero lo que sí me dijo fue que la salida de sus productos era muy difícil. A la escasa cultura de innovación y desarrollo de la que hace gala la sociedad de Córdoba desde hace siglos -en perfecta consonancia con la española- se sumaban los estragos de la crisis económica. Ni universidades, ni administraciones ni, empresas en general, se atreven ahora

a invertir un céntimo.

Y el problema es que inventar es extremadamente caro. Y los proyectos suelen ser un aparente pozo sin fondo de un dinero que se dedica sin saber exactamente si se recuperará y con qué beneficio, si los hubiera.

Pero así es siempre. En Córdoba, en España y en cualquier otro país. El avance es una cuestión de prueba y error. Un camino que se hace a base de porrazos, volver a levantarse y volver a caer. Para ello es necesario mucho tiempo y, sobre todo, dinero. Pero cuando se logra un fruto, la recompensa es enorme.

Hay por ahí muchos listados inventados en los que se usan distintos baremos para comprobar la salud de un Estado y su sociedad. Hay quien dice que se puede averiguar por el estado de sus cárceles y sus manicomios. Otros por el número de medios de comunicación libres e independientes. Podemos usar la Educación o el sistema sanitario. Yo creo que lo suyo es aplicar el baremo del I+D+I.

Pero en España y en Córdoba parece que preferimos usar el de los bares, los restaurantes, los hoteles y las terrazas. Enterrada la construcción, el turismo es nuestra única industria. ¿Qué producimos? Felicidad y bienestar. Inmediatos y a bajo precio. Así leído, puede hasta parecer lo que no es. Pero en este caso, le invito a ser mal pensado. No creo que se equivoque mucho. A eso vamos. Y que inventen ellos.

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