Cuatro fragmentos de cornisa ayudan a reconstruir cómo era uno de los grandes monumentos funerarios de la Córdoba romana
A mediados del siglo I, Córdoba no se llamaba oficialmente Corduba, sino Colonia Patricia. Aunque la potencia de su histórico nombre era tal que sus habitantes seguían siendo 'cordubensis'. El municipio se había recuperado de la guerra civil que lo destruyó y la ciudad pasó de estar construida en madera a estarlo en piedra. La Colonia Patricia de Corduba era un municipio muy rico gracias a las minas de Sierra Morena, y muy importante en Hispania. Capital de la Bética, contó con Senado y dos foros. Pero sobre todo con una élite muy rica, que comenzó a monumentalizar no solo la ciudad, sino también las afueras.
Ahora, también sabemos cómo eran esas afueras, gracias a un estudio del investigador Álvaro Castillo, del Departamento de Arqueología, Música y Arte de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Córdoba y recientemente publicado. Este estudio, que ha evidenciado el enorme potencial de los fondos de los museos arqueológicos, propone la reconstrucción de un edificio ubicado en las afueras del actual núcleo urbano de Córdoba, en el Cortijo del Alamillo.
A partir de las cornisas, los únicos vestigios materiales que han llegado hasta nosotros, esta estructura puede interpretarse como una gran tumba monumental datada a mediados del siglo I d.C.. El análisis de la modulación y metrología de estas piezas ha permitido hipotetizar sobre las dimensiones totales de este complejo funerario, apoyándose en comparaciones con monumentos similares como el mausoleo de los Atilios en Sádaba (Zaragoza). Si esta hipótesis es acertada, los restos del Cortijo El Alamillo serían la primera evidencia arquitectónica en Colonia Patricia de una dinámica ya constatada por la epigrafía: el desplazamiento de las élites a sus fundi privados para establecer sus lugares de enterramiento.
Un hallazgo casual y una investigación minuciosa
El trabajo surge de la apreciable realidad en la mayoría de museos: la existencia de una ingente cantidad de material arqueológico que, a través de su estudio, puede aportar ricas conclusiones al discurso histórico. En el Museo Arqueológico de Córdoba (MACo), un proyecto financiado por el BBVA ha permitido recuperar una importante cantidad de información de los materiales depositados en su área de reserva. En este contexto, el estudio se centra en cuatro cornisas de mármol blanco, que se encontraban inéditas en los estantes de la institución.
Estas piezas fueron halladas a orillas del río Guadajoz el 4 de septiembre de 1980 por el arqueólogo Julio Costa, quien trabajaba entonces en el Arqueológico. En su diario de campo, Costa registró el descubrimiento y cómo las depositó en el museo cordobés. Junto a las cornisas, también anotó el hallazgo de una línea de seis metros de sillares y el fragmento de un fuste marmóreo que nunca ingresó en el museo. Las fotografías de las piezas y del lugar del hallazgo fueron tomadas posteriormente por Alejandro Marcos Pous, conservador-arqueólogo del museo, aunque las fichas del inventario fotográfico solo confirmaban la procedencia —Cortijo El Alamillo— y las medidas de las piezas, con una gran carencia de otros datos relevantes.
La información inicial era sumamente limitada. El arqueólogo indicó que las cornisas se encontraban a 200 metros aguas abajo del puente de la antigua carretera de Sevilla (antigua N-IV, actual A-4), en la margen cóncava del meandro donde el río se disuelve. Un croquis dibujado a mano alzada marcaba el puente, la carretera, el río Guadajoz, un arroyo y el lugar del hallazgo. Se interpreta que pudo ser un hallazgo casual del propietario de la finca. Gracias a estos apuntes, se concluyó que el arroyo mencionado es el arroyo del Álamo, afluente del Guadajoz, y el puente es el Puente Viejo del río Guadajoz, el único en el término municipal de Córdoba que cruza ambas orillas.
El entorno geográfico y arqueológico del hallazgo
El análisis del área con tecnología LiDAR reveló el gran impedimento para el estudio: el altísimo grado de colmatación de las terrazas aluviales del curso bajo del río Guadajoz. Sin embargo, el LiDAR sí constató cómo ha variado notablemente el cauce del río, acentuando la orilla cóncava izquierda y colmatando la derecha.
La topografía también es clave: aunque las cornisas se encontraron en una vaguada, la zona presenta una pronunciada pendiente conocida como la cuesta del Espino. Esta cuesta, un obstáculo geográfico que los ingenieros de la Vía Augusta debieron superar, marcaba el inicio y el final del terminus de Colonia Patricia, actuando como conexión entre la llanura inmediata a la ciudad y la extensa llanura entre Córdoba y Écija.
La morfología y cronología de las cornisas
Las cuatro cornisas estudiadas son de mármol blanco y, por su idéntica ornamentación y distribución de molduras, parecen pertenecer al mismo edificio. La decoración de todas las piezas se inicia con una cima reversa, sobre la que hay un denticulado enmarcado entre dos listeles. A continuación, un sofito decorado con ménsulas acantizantes y casetones con motivos florales. Encima de las ménsulas, se desarrolla una pequeña cima reversa entre dos listeles que enmarca los casetones. La molduración finaliza con otra cima reversa y un filete coronando la sima.
Las cornisas corresponden al tipo de ménsulas y casetones (Konsolengesims), popular desde el periodo republicano hasta el Alto Imperio, especialmente a partir de la época augustea. El tipo de ménsula, geschweifte Konsolen, que terminan en un pulvino con un balteo central y se adornan con hojas de acanto con nervadura en forma de Y invertida, es similar a piezas augusteas, pero la labra con trépano, que agudiza el contraste de luz y sombras, sugiere una cronología más tardía. Se encuentran paralelos en la ciudad de Cherchel (primera mitad del siglo I d.C.), en el Templo de Saturno (periodo augusteo), y en la propia Colonia Patricia (calle Ángel de Saavedra, periodo julio-claudio).
La decoración de casetones y molduras también ayuda a la datación. Los motivos decorativos vegetales se simplifican durante el siglo I d.C., limitando el repertorio a flores de pétalos con botón central, como las encontradas en el pórtico del foro de Augusta Emerita (cronología claudio-neroniana). Esto sugiere una datación más tardía, posiblemente de mediados del siglo I d.C.. El denticulado, más ancho que alto y separado por un espacio liso, es similar a los del Templo de Apolo Sosiano o el Foro de Augusto, situándolas de nuevo en la primera mitad del siglo I d.C.. En general, se asigna al conjunto una datación julio-claudia, en algún momento de la primera mitad del siglo I d.C., debido a sus rasgos estilísticos que las alejan del periodo augusteo puro.
Además de estas cuatro piezas, se conoce la existencia de dos más en colecciones privadas. Una de ellas presenta el mismo tipo de corte y motivos decorativos, aunque con una mayor altura (unos 47 cm) y sin el denticulado bajo el sofito (quizás por mal estado). La otra se conserva en una fuente del patio del Hotel Balcón de Córdoba, presentando decoraciones de cima reversa, corona, sofito con ménsulas acantizantes y casetones con flores de botón central, y una moldura denticulada. Sus dimensiones (unos 28 cm de altura), la decoración de los casetones, el tipo de hoja de acanto y la separación de los dentículos coinciden con las cuatro cornisas estudiadas. Sin embargo, la adquisición de esta última pieza por un particular más de 40 años antes del descubrimiento de las otras cuatro, y la imposibilidad de analizar directamente una de ellas, impiden afirmar que pertenecieron al mismo edificio, aunque se consideran interesantes paralelos estilísticos datados en el periodo julio-claudio temprano.
La hipótesis del monumento funerario: el más probable de los escenarios
La escasa información inicial ha condicionado notablemente la interpretación, siendo los apuntes del hallazgo y los aspectos formales de las piezas la única guía para la reconstrucción. Se plantearon tres posibles reconstrucciones: un arco honorífico, un santuario rural o un monumento funerario. Las dos primeras, sin embargo, fueron descartadas por varias inconsistencias.
Las necrópolis romanas solían ubicarse a las afueras de las ciudades, generalmente en el entorno inmediato de las vías, configurando auténticas viae sepulcrales. Esta costumbre, que buscaba la inmortalidad a través de monumentos, se extendió a Hispania, especialmente en la Baetica y la Tarraconensis, con la proliferación de monumentos funerarios en las entradas de ciudades como Colonia Patricia a partir del siglo I d.C.. En Córdoba, la mayoría de las tumbas documentadas se encontraban en el área de los suburbia, a no más de dos o tres kilómetros del centro urbano.
No obstante, existían preferencias de algunas familias por otras zonas de enterramiento. A pesar de que personajes ilustres podían recibir el honor del locus sepulturae por parte del ordo decurional, este privilegio a veces era rechazado por las élites. Preferían enterrarse en sus propios fundi (fincas privadas), en parte por la creciente presencia de libertos en los cementerios urbanos a partir del siglo I d.C., y también para evitar las condicionantes legales a las que estaban sometidos los mausoleos urbanos. Los lugares de enterramiento eran considerados Loci religiosi y estaban protegidos por leyes estrictas.
La migración de las élites a las necrópolis privadas de las villae está bien documentada tanto en Córdoba como en otras ciudades del Imperio. Ejemplos de esta dinámica incluyen Pompeya, donde personajes de prestigio elegían sus terrenos privados para el enterramiento, erigiendo pequeños monumentos o duplicando epitafios en la ciudad y en sus fundi. En el entorno de Córdoba, la ausencia de la fórmula popular hic situs est en algunas tumbas sugiere un uso de esos espacios como escenarios de representación, sin necesidad de la presencia de los restos del individuo. Esto se acentúa con los epígrafes funerarios encontrados en territorio rural de personajes que se suponía enterrados en Colonia Patricia, pero que recibieron honras fúnebres en Porcuna, Lucena y Almodóvar del Río.
Paralelamente a esta migración, el siglo I d.C. vio un aumento de las villas suburbanas y rurales en todo el valle del Guadalquivir. En Córdoba, varias villas suburbanas han sido documentadas, aunque solo la de Venta de los Pedroches tiene un espacio asociado a un monumento funerario. Afortunadamente, en la península ibérica, se conservan importantes monumentos funerarios en villae privadas, como los mausoleos de los Aemilii en Fabara, los Atilii en Sádaba, y el de Chipriana (todos en Zaragoza), destacando por su excepcional estado de conservación.
La ubicación de las cornisas en un ambiente rural, a unos siete kilómetros del límite del vicus occidental de Colonia Patricia, descarta su pertenencia a una villa suburbana y apunta a una villa rural. La mayoría de las villas documentadas en la Baetica se establecían cerca de ríos y vías de tránsito, como ocurre en este caso con la proximidad al río Guadajoz y a la Vía Augusta. La ubicación estratégica del edificio lo sitúa como un lugar de primer orden para la representación y engrandecimiento de un individuo o su familia. Además, la cronología de las piezas (mediados del siglo I d.C.) coincide con la migración de las élites hacia sus villas privadas para el enterramiento.
Un testimonio de la prosperidad y el estatus de la élite romana en Córdoba
La investigación considera viable la ubicación de las piezas estudiadas en el marco de un posible monumento funerario. Las cornisas, de un tamaño que las excluye de edificios públicos, y su decoración floral, concuerdan con hallazgos en contextos funerarios. Las dimensiones del recinto son muy similares a las de otros monumentos funerarios documentados en Córdoba de los siglos I a.C. - II d.C., como la edícula de la calle Muñices (10,5 m de altura por 6 m de anchura, con un coronamiento de cornisa de 27 cm de alto).
La ubicación general y particular del hallazgo es esencial para comprender la carga simbólica de las piezas. Situado en una amplia zona de vaguada, seguramente deforestada, e inmediata a la cuesta del Espino (que marca el posible terminus de Colonia Patricia), el monumento habría sido directamente visible para el transeúnte que circulara por la Vía Augusta, a escasos 200 metros del lugar. Su aspecto, probablemente con placas marmóreas policromadas, lo convertiría en un punto de atracción, alejado de las abarrotadas vías sepulcrales urbanas pero protegido bajo los límites de la propiedad privada del fundus.
Este monumento ejemplificaría la dinámica de la “huida” de los altos personajes de la sociedad local a sus villas privadas, vistas como nuevos lugares de enterramiento. Este fenómeno coincide cronológicamente con la datación de las cornisas, lo que refuerza la hipótesis de una tumba asociada a una villa rural. La proximidad a Córdoba permitiría al propietario ir y volver en el mismo día, manteniendo una relación cercana con el enterramiento de sus ancestros y facilitando la atención y el cuidado del monumento.
A mediados del siglo I d.C., Córdoba, la capital de la Baetica y del Conventus Cordobensis, experimentaba una gran monumentalización, sustituyendo la piedra por el mármol en un afán de embellecimiento. El antiguo foro se engrandecía, se configuraba el forum adiectum, se construía el templo porticado de la calle Claudio Marcelo con su circo, y el primer puente pétreo sobre el río Betis. Colonia Patricia se convirtió en una ciudad ornamentada y rica, habitada por preeminentes personajes que aspiraban a vivir y morir de acuerdo a su estatus. Los monumentos de la época imitaban y copiaban los patrones decorativos de los foros de Roma, exportándolos a diferentes escalas.
Las cuatro cornisas presentadas no solo ejemplifican esta dinámica, sino que también actuaron como elementos guía para las élites locales de las poblaciones inmersas en el ámbito de Colonia Patricia. Este fenómeno se aprecia en piezas de Los Villares y Úbeda (Jaén), donde se encuentra el mismo tipo de flor, pero talladas en piedra local, diferenciándose de las grandes piezas marmóreas de las capitales. Un fenómeno similar se repite en Astigi (Écija), donde una gran cornisa presenta una decoración de sofito idéntica a la de las piezas cordobesas.
Esta prosperidad trajo consigo un crecimiento del evergetismo local y una auténtica carrera por el engrandecimiento personal de las élites. La proliferación de espacios funerarios fue una consecuencia de esta necesidad de manifestar su relevancia, y, como se ha expuesto, estos espacios deben buscarse más allá de las vías sepulcrales conocidas, considerando nuevos modelos de tumbas en las villas de los potentados. Esta nueva dinámica de enterramiento pudo haber conllevado una relajación en la elección de patrones decorativos y arquitectónicos, permitiendo al propietario del monumento construirlo según sus gustos personales, sin condicionantes espaciales o sociales. El variado programa decorativo conservado en las tumbas de villas rurales, desde fachadas de recintos monumentales hasta pequeñas copias de templetes, es un reflejo de ello. Las cornisas estudiadas son representativas no solo del alto poder adquisitivo del personaje que mandó erigir el monumento al que estarían adscritas, sino también de la prosperidad económica que vivía Córdoba en ese momento.
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