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Cinismo

Manuel J. Albert

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Para mí, el humor negro es una coraza, un mecanismo de defensa. No es una manera de despertar al público con una sorna sangrante. El humor negro me permite coger aire en una sonrisa un poco triste. O cruel. Pero me empuja a seguir adelante cogiendo distancia. Me he llevado más de una bronca, y con razón, por abusar de él. Aunque lo que más miedo me da de esta tendencia mía a buscar la arista más cortante para hacer mofa es que me abra la herida del cinismo.

Kapuscinski escribió un libro titulado 'Los cínicos no sirven para este oficio'. Este oficio es el periodismo. Y el humor negro, la salvaguarda amarga que uno interpone para no acostarse con los demonios susurrándote al oído, mantiene una fina, muy fina, separación con el cinismo displicente.

Ese peligro está presente en todos los oficios, imagino, no solo en el periodismo. Y superarlo es a veces un reto. La cotidianeidad del desastre, la burocratización del horror, ya sea en forma de enésima crónica de sucesos o en la redacción de la orden de desahucio número mil, no tiene que hacernos perder de vista que detrás hay personas.

Por eso, uno se reconcilia un poco -pero solo un poco- con el mundo cuando entrevista a un juez que reconoce que parte de su profesión consiste en firmar actas de expedientes de regulación de empleo. Pero cuando lo hace, se le quiebra un poco la voz, se le empañan un poco los ojos y recuerda lo duro que es apuntar una lista con nombres, apellidos y DNI, sabiendo que detrás de cada uno de ellos hay un mundo que se tambalea.

Y esa noche, al juez, a veces, le cuesta conciliar el sueño.

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