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Juan Nadie

Redacción Cordópolis

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El “New Deal” de Roosvelt, ideado para relanzar una economía estadounidense en profunda crisis, contó con el apoyo entusiasmado de distintos cineastas, entre los que se encontraba Frank Capra. Sus films difundían optimismo y destacaban la importancia de la libertad individual y la influencia que cada uno podía tener en la sociedad en general.

Juan Nadie (Gary Cooper) fue una de esas películas y, en ella, un vagabundo se convierte en líder de opinión. En una sociedad en crisis económica y de valores, Juan Nadie se considera el portavoz de los que sufren y es seguido por millones de personas a través de sus soflamas en algunos medios de comunicación (prensa y radio, por aquel entonces). Es aclamado como el sustituto de las antiguas voces políticas a las que se considera culpables de la situación.

Me ha venido a la memoria esta espléndida película de Capra al detenerme a reflexionar sobre las personas que se buscan para completar las listas electorales en nuestra ciudad. Por un lado, hay partidos que sabiéndose “antiguos” tienen el reto de aparecer como nuevos, difícil labor, a través de las personas que los representen y, por otro, las nuevas formaciones políticas consideran que el futuro solo puede construirse con nuevas caras.

En la primera etapa moderna de nuestro ayuntamiento democrático, los partidos políticos, excepto los franquistas, sorprendieron cargando sus listas con personas procedentes del movimiento vecinal, sindical o de la oposición democrática. Pasados los años, gran parte de esos cuadros se transformaron en políticos profesionales, si bien, con gran dosis de entrega personal voluntaria.

Cuando la gestión local se hizo compleja, se decidió contar con un personal más técnico y cualificado en cuestiones específicas, para lo cual se apostó por independientes o por personal político de confianza (asesores) que complementaban las listas, las cuales reflejaban las componendas internas clásicas. No obstante, desde los propios partidos se actuó contra este tipo de político al considerarlo que actuaba sin control del aparato dominante y era complicado obligarle a que parte de su sueldo sirviera para financiar la estructura del partido.

En ese momento, entraban en colisión la legitimidad de un partido para dirigir la política de sus representantes institucionales con el derecho individual a su acta que ostenta todo concejal, ya que ha sido ratificado en una lista por todos los que le han votado y no únicamente por los de su partido. Empezaron a ser cuestionados públicamente, acusados de peseteros y, poco más o menos, de traidores. Luego fueron sustituidos por fieles al partido, con lo que se aseguraba la financiación del mismo.

En este mismo sentido, las listas empezaron a llenarse de nuevo de gente afín al aparato o de independientes de bajo nivel que buscaban mejorar su empleo. Desde ese momento, los argumentarios elaborados por personas desconocidas en las sedes de los partidos sustituyeron a la opinión de los concejales. Defendían ese dirigismo en el respeto a las bases, a la vez que se despoblaban estas y las dominaban, con lo que el aparato se imponía sin problemas.

Y llegamos a este momento donde un sector de la población se ha sentido identificado con el mensaje de que los concejales no les representan, que son de “los de arriba”, que solo se preocupan de subirse el sueldo y que se han profesionalizado sin cualificación adecuada. Ante esta situación, los partidos clásicos quedan desorientados, al sentirse sus dirigentes atacados personalmente cuando les toca a ellos, y familia, protagonizar las listas. Pero no les importa, se enrocan y se reparten los mejores puestos con el objetivo de que el aparato del partido siga dominando.

Frente a ellos, surgen fuerzas políticas que pretenden hundir sus raíces en el vecindario, entendido como individuos que se reúnen en asamblea de forma permanente. Extienden la idea de que cualquiera puede ser representante politico si así lo decide la mayoría, sin tener en cuenta otro criterio. El gran valor a considerar es la decisión soberana de la ciudadanía. Argumentan que, de esta forma, saltándose las estructuras politicas, los concejales van a depender exclusivamente de su compromiso ético y politico libremente asumido.

La duda surge cuando el acta de concejal sigue siendo propiedad individual del concejal y podrá, por tanto, tomar sus decisiones de forma individual. Es más, si los elegidos para los puestos son personas con criterio fundamentado, será difícil que puedan actuar en contra de sus convicciones y valores, por lo que se vaticina una inestable relación entre concejal y asamblea.

Juan Nadie, que se vio animado a ser el líder elegido por la gente, acaba dándose cuenta, por la intervención de su viejo amigo de vagabundeo (Walter Brennan), que el sistema seguía funcionando y que él no era sino un juguete del mismo para manipular a la ciudadanía. Pero no se preocupen, Capra siempre filmó finales felices y optimistas.

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