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Minerva

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Ángel Ramírez

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Teníamos muchos planes el fin de semana y no elegimos ninguno de ellos, nos quitamos de en medio. Terminamos en la Hacienda Minerva, un lugar en la Subbética cordobesa, un Shangri-La a la escala del parque, con piedras de molino, puertas originales de madera, patios y salones de influencia británica. Parte del dinero europeo que ha llegado en los últimos años para incentivar el turismo rural ha terminado construyendo esta visión idealizada de los cortijos, pequeños paraísos en los que uno sin caer en ello piensa en una comunidad autárquica y armónica, aislada en esa belleza esencialmente andaluza, sensorial y sobria a la vez. Ves en las paredes de los pasillos de la hacienda fotografías de los años 50 del pasado siglo e incluso de finales del XIX y las enormes paredes aparecen desnudas, con patios mal empedrados y grandes espacios para el duro trabajo, nada que ver con el equilibrio y el placer para los sentidos que ahora es Minerva.

Todo es allí hermoso, cargado de simbolismo, de sugerencias, no importa del todo la verdad de las cosas, el resultado recrea una vida contemplativa y lejana del mundo moderno, ese mundo que rompe los equilibrios y alimenta las pasiones. En el fin de semana nos encontramos varias veces al promotor, creo que dueño y residente también en la Hacienda. La primera en el comedor, con el aspecto algo descuidado de alguien que vive en el campo, conversando con naturalidad con unos clientes, llevaba en la mano una bolsa con lo que parecía una caja de medicinas. Han pasado unos años pero lo reconocimos, retirado hace tiempo de la arena política allí andaba haciendo de cicerone, contando su otra pasión, supongo.

Hace veinte años ese hombre intentó, o eso parecía, que en Andalucía hubiera una profunda transformación social y política, llevó al socialismo andaluz a una crisis a partir de la cual construyó, paradójicamente, su hegemonía. Llamaron a aquello la legislatura de la pinza, y el hombre que ahora pasea los perros por la Hacienda se negó a colaborar con el socialismo andaluz, en minoría parlamentaria, forzando tras meses de dura negociación e incertidumbre unas nuevas elecciones en las que el PSOE-A ganó con holgura. Recuerdo un día sí y otro también su rostro dirigiéndose a la cámara con dureza, explicando sus razones para el no, su negativa a sostener un gobierno que no planteara una profunda transformación de la realidad social. Me viene a la cabeza poco de lo qué pasó tras su fracaso electoral, pero me imagino que en algún momento quien intentó cambiar Andalucía decidió que casi mejor cambiar la Hacienda Minerva, diosa romana de la sabiduría. Parece grande la pérdida, pero es mucho más de lo que tenemos la mayoría, a los que nos falta la prudencia o las oportunidades para reconvertirnos a esa “vita beata” que diría Gil de Biedma, “poseer una casa y poca hacienda y memoria ninguna”.

Podría pensar que aquel hombre que se gira para mirarme pensando“ a éste lo conozco yo de algo”, fue un tozudo presuntuoso hace 20 años y ahora un empresario más que vive de las rentas; o por el contrario, que fue en los 90 un firme defensor de sus principios, y que tras la tormenta se reconvirtió en un promotor de un proyecto hermoso e idealista, un pequeño paraíso que sí que podía controlar, aunque muy alejado ya de las ambiciones sociales anteriores. No sé lo suficiente de él y me resulta más fácil imaginar lo primero, pero me sienta mucho mejor pensar lo segundo, y a eso ayuda algún pequeño detalle, como esa biblioteca con libros entrados uno detrás de otro, abierta a la visita de quien quiera. No es poca cosa tener una segunda oportunidad para hacer lo contrario de lo que todo el mundo espera de tí, buscar tu pequeña huella tras las ambiciones, legítimas a veces otras ridículas, de la juventud.

Y ya se ha acabado el fin de semana.

Nota: En la imagen la Hacienda Minerva

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