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Ángel Ramírez

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Había una mujer que no paraba de empujarme. Allá donde iba me empujaba con una de sus manos y reía. La cosa es que la conozco, me dijo no sé qué de una diagonal y yo seguí.

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Los salones de actos son las granjas industriales del pensamiento. A las vacas las estabulan para que se estén quietas y se dediquen exclusivamente a producir leche, a nosotros nos sientan en salones de actos para producir obedientes. Desde el colegio aprendemos que el salón de actos es el lugar en el que nos llaman a capítulo (después de leernos el capítulo correspondiente), y así sigue ocurriendo hasta en nuestros decimonónicos teatros con sus palcos para ricos y para pobres (desde los de los pobres no se ve el escenario).

Como se trata de consumir lo ideal es que no nos podamos mover, ni hablar, ni interactuar con los demás, solo ver y escuchar la voz que se sitúa en el escenario, a mayor altura que la nuestra, con imágenes, sonido y luces a su servicio. En esas salas está prohibido hablar, moverse (el estado del obediente es la quietud), conectarse (móvil apagado), comer y beber. Entras en un salón de actos y te conviertes en un ser que mantiene las constantes vitales y solo puede escuchar y mirar al que ocupa el escenario. Desde que se inventó la televisión los salones de actos son una antigualla y están sin uso la mayor parte del año, el poder no los necesita pero los sigue construyendo para que sepamos que nosotros estamos abajo, somos indistiguibles y no debemos mirarnos ni hablar entre nosotros. A los ciudadanos no nos sirven, porque lo que necesitamos son lugares para relacionarnos, no exponernos ni exponer a otros a sermones.

Dicen en el Ayuntamiento que van a recuperar el Plan de Equipamientos Culturales. Todo eso está muy bien, pero yo empezaría por algo más sencillo, me iría al chino de la calle Capitulares, compraría un juego de destornilladores y no dejaría ni una hilera de butacas en los salones de actos que aún hoy siguen construyendo en nuestros centros cívicos. No hace falta crear espacios, porque los espacios ya existen, sólo hay que liberarlos de su finalidad ganadero/industrial, y permitir que sirvan para crear, interactuar, consumir, producir, emocionar. En definitiva, para que podamos ser sujetos.

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Cada vez que toca hacer la revolución tengo que ir a recoger a los niños a la piscina

Nota: Fiesta en el Rectorado de la UCO para celebrar el centenario de la teoría de la relatividad general/ ÁLVARO CARMONA

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