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El quid de la cuestión

Redacción Cordópolis

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La historia de la arquitectura está repleta de edificios creados para una determinada función y reutilizados para otra, similar o completamente apartada de su uso originario. Dentro de este numeroso grupo, hay incluso, y no pocas, instituciones que han conservado como marca de identidad el uso primitivo, integrándolo en el nombre de la propia institución.

Entre los espacios de arte contemporáneo son numerosos los ejemplos, por citar solo algunos: El Matadero Madrid (Centro de Creación Contemporánea), La Térmica Málaga (Centro de Creación y Producción Cultural Contemporánea), L'Arsenale di Venezia (Polo multifuncional, excepto almacén de explosivos). O, sin hacer mención expresa en su nombre comercial, pero dando cumplida información sobre su origen, la TATE Modern de Londres, ubicada en la antigua “The Bankside Power Station” proyectada por Sir Giles Gilbert Scott, como nos indican en la web de la institución.

 

Apoyarse en el pasado para proyectarse en el futuro es una manera de enriquecer el discurso. En determinados circunstancias, en las que la competencia es feroz, es también una manera de diferenciarse. Pero para ello es imprescindible partir de una base intelectual madura, es decir, saber lo que uno es, cual es su producto y a que aspira. Una institución que se dedica a la cultura y decide llamarse Matadero, lo hace por que no tiene problemas de identidad, sabe bien lo que quiere y lo que ofrece.

En definitiva, es algo tan simple como saber distinguir entre marca (el nombre con el que te conocen), función (la labor que desempeñas) y forma o lugar (el sitio donde lo haces).

En el ámbito de la iglesia, la circunstancia de la reutilización de un edificio para uso distinto al que se creó también es corriente, tanto en un sentido (edificios convertidos en iglesias), como en otro (Iglesias o Conventos reconvertidos en espacios destinados a otros usos). El convento de la Merced Calzada de Córdoba, actualmente conocido como Palacio de la Merced y sede de la  Diputación de Córdoba es un buen ejemplo de ello. La Catedral de Siracusa, templo de estilo dórico reutilizado como iglesia cristiana, la Iglesia de Santa María de los Mártires ubicada en El Panteón de Roma o la  iglesia de San Bernardo alle Terme, también en Roma, y que no necesita explicación sobre su ubicación y anterior uso, son también paradigmas de reciclaje arquitectónico sin renunciar a su origen.

El caso de la Mezquita de Córdoba.

Marca= La Mezquita (es como se conoce el monumento, es lo que el señor de Tokio viene a ver)

Función= Catedral (es el uso principal al que se destina en la actualidad)

Forma/Lugar= Mezquita-Catedral (es su morfología arquitectónica, tipologicamente es una catedral insertada en una mezquita)

Por supuesto, también son numerosos los ejemplos donde se ha borrado cualquier rastro del pasado histórico del edificio, renunciando a ese valor no solo en la marca, si no en todo lo que se cuenta en relación con él, por que así lo ha estimado la entidad propietaria. La cuestión es ¿siempre es legítimo hacer esto? o por el contrario, si el edificio es un Bien de Interés Cultural (BIC), ¿el propietario o gestor debe respetar la historia del bien? A este respecto, la Ley de Protección del Patrimonio Histórico Andaluz presenta una laguna, pues si bien, expresa de manera clara las obligaciones del propietario o usufructuario del bien en cuanto a las obras, reformas o modificaciones que atañen a la integridad física del edificio, no dice nada en cuanto a la información o acciones divulgativas que se realicen sobre el bien.

En el caso de algunos edificios declarados como BIC, concurren además otras potencialidades que no deben olvidarse. Si en una ermita perdida en la sierra se tergiversa u oculta parte de la historia del edificio, se estará haciendo un daño a la cultura inmaterial de la comunidad, pero de manera muy limitada. Pero si por el contrario la ocultación o tergiversación, se produce en un BIC que por si solo, es el motor económico de una ciudad, la afección no se produce solo en el ámbito cultural, también se producen afecciones a los intereses económicos del territorio. Ese es el quid de la cuestión.

La gestión inadecuada de un edificio histórico, aunque solo estemos hablando de su nombre (marca), puede generar nefastas consecuencias en su entorno económico-social. Y por tanto, esta gestión debe ser preocupación de los gestores púbicos, puesto que estamos hablando de la principal fuente de recursos de una población. Si la propiedad es de A o de B, es a mi entender una cuestión que, sin ser baladí, está en un segundo plano, por que, si bien sería lógico y deseable que un patrimonio de esa envergadura fuera bien público, lo realmente perentorio es regular como y quien lo gestiona.

rafaelobrero.com

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