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Carbón destinado al fuego... (¿sólo en Carnaval?)

Sebastián De la Obra

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Durante el barroco español (del que somos herederos) se desarrolló una amplia gama de creaciones poéticas en forma de romances satíricos. En versos y pliegos sueltos, de cordel, en ediciones que circulaban clandestinamente... una verdadera explosión creativa. A veces eran cantados por ciegos acompañados por un violín. La ausencia de libertades y de cauces de información veraces hacía que estas creaciones resultasen extremadamente populares como vía de escape. El espacio donde se daban a conocer eran los Mentideros. Los más famosos del país se encontraban en Madrid y Cádiz. En Madrid el más concurrido estaba en las gradas de San Felipe, en el Convento del mismo nombre, esquina de la Puerta del Sol y la calle Mayor (hoy ese espacio está ocupado por las denominadas Casas de Cordero). En Cádiz se encontraba la plaza del Mentidero en el centro del barrio del mismo nombre. Los Mentideros eran el lugar donde se contaban (y cantaban) historias, se murmuraba, se denunciaba y se difamaba. La verdad encontraba su refugio y la mentira su altavoz (como ahora). También eran asiduos de estos lugares los funcionarios de la Inquisición (como ahora). Sin duda alguna las denominadas redes contemporáneas son magníficas sustitutas de estos espacios; en ellas se entrecruzan la verdad y la mentira.

En los Mentideros se fraguaron las críticas más lúcidas y mordaces contra todos los poderes que fueron (y son). Se desvelaba al ladrón pillado: “Aunque se queja, no puede perlas ni oro vestir, perlas que las ha perdido, oro que te lo dio a ti”. Se desconfiaba del rey que abdica (Felipe V, el primer Borbón): “Nadie en el mundo se escapa, nadie renuncia por Dios; renuncia un rey por ser dos y un obispo por ser Papa. La política lo tapa; pero en trance tan severo, conocerá el más sincero que está la razón de Estado, entre el cetro y el cayado, engañando al mundo entero”. Se mostraba desnuda la realidad: “Toda España está en un tris y a pique de dar un tras”. Sentenciaban las coplillas frente a los gobernantes trujumanes: “Vosotros sois plebeyos: que nosotros por ser más nobles ocupamos altos puestos. Riéndose los de abajo respondían: ¡Bueno es eso! ¿pues de la misma madera no hemos sido todos hechos? Ya, respondían los otros, mas, porque sucios no estemos, siempre el amo sus zapatos limpia en vosotros primero. Si no fuéramos nosotros de esta máquina sustento, los últimos replicaban, no hablaríais así soberbios, porque seríais tal vez carbón destinado al fuego (...)”.

Algunas coplillas más que rebelión señalaban hartazgo: “Un Condestable medroso, un Presidente ignorante, un mal casado Almirante, un Humanes lujurioso, un Cardenal muy goloso, un Alba todo cizaña, un Vélez que se ha hecho araña y debajo un Confesor. Este es curioso lector todo el gobierno de España”. Una letanía de quejas acompañaba a los pobladores del Mentidero: “Faltan de la patria amantes, faltan probos regidores; faltan sabios gobernantes y sobran gobernadores. Falta verdad y buen trato, faltan sanas voluntades; falta un gobierno barato y sobran Autoridades. Falta lo que más recrea; falta lo que es necesario; falta lo que se desea, y sobra lo innecesario (...)”

Nota: Nunca me gustaron los mentideros. El ingenio que derrochaban, frente al ejercicio del poder y sus protagonistas, no compensaba el ejercicio de difamación y denigración del que eran objeto los discrepantes, convertidos en diferentes, y más tarde acusados de enemigos. Este país lleva demasiado tiempo viviendo de la sospecha... Lo curioso es que hoy en día tengamos que acudir nuevamente a los mentideros ante la ausencia de verdad y conciencia. Como en el largo barroco hispano.

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