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Nuevas experiencias

Mar Rodríguez Vacas

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A veces, los padres hacemos difícil lo que al final resulta ser muy fácil. Y esto lo podemos extrapolar a numerosas situaciones de la vida. Sin embargo, hoy me voy a centrar en un ejemplo. Algo que ha ocurrido en esta pasada feria y que podría no haber pasado si no me bajo del burro.

En la familia somos muy aficionados a los toros. Tanto por parte de mi marido como por la mía, existe cierta afición que, en algunos casos, se ha convertido en profesión (siempre desde el punto de vista periodístico). Por ello, es fácil pensar que, más tarde o más temprano, esa pasión por la fiesta iba a llegar a mis hijos.

Algunos miembros de la familia me han insistido en los últimos meses en repetidas ocasiones en llevar a mi hijo mayor a los toros. Yo siempre me he negado, aduciendo la baja edad del pequeño y su facilidad para asustarse e impresionarse por todo. Sin embargo, intentaban convencerme con que el niño ya había ido en varias ocasiones al fútbol, un evento de las mismas características en cuento a espectáculo multitudinario y pasional.

Siempre he dado la negativa por respuesta hasta que un día mi hijo me vino flipado porque había visto por televisión el festejo en el que toreó Finito de Córdoba en Madrid, en la feria de San Isidro. Me contó todo lo que vio: que si el toro, que si el torero, que si el capote, la muleta, las banderillas... Y, desde aquel día, todos los juegos que inventaba son con toro y con torero de por medio. Tanto es así que una vez, después de correr y correr, me pidió agua. Se tragó un vaso casi entero, suspiró y soltó la frase: “El toro ya ha bebido”. Apuró el vaso y dijo: “Y el torero, también”. Los trapos de cocina desaparecen de su cajón porque son sus nuevos capotes. Y no necesita a nadie, cuando pega un pase él solito se dice: “Oleeeeeeeeeeee”.

Aluciné. Tuve que preguntar que si todo esto era producto de una sola corrida de toros y me aseguraron que no, que en realidad lo que vio fue la mitad del festejo. Desde entonces fue imposible no prometerle, a instancias de sus múltiples peticiones, que lo llevaría a una corrida de toros de la feria. ¡Pero no a una cualquiera! Tenía que ser la de Finito, porque desde aquel día me pregunta a todas horas que dónde está Finito, que qué está comiendo o cenando Finito, que dónde vive Finito… ¡Si el torero supiera el pedazo de fan que acaba de salirle!

Así que allá que nos fuimos. Fila 1, tendido 4. Muy cerca pensaba yo que íbamos a estar del ruedo pero, aunque la plaza iba a estar casi llena, ya tenía yo pensado moverme donde hubiera hueco si su reacción no era del todo buena. La primera, en la frente. Al entrar por la puerta, el niño reculó y dijo que no quería. Casi que lo obligamos a entrar. A esas alturas ya no valía el arrepentimiento. Una vez dentro, se animó poco a poco cuando se asomaba por el balconcillo del patio de cuadrillas a ver a los toreros. Según él, la terna estaba compuesta por Finito, Manzanares de La Puebla y Morante. Pronto se le deshizo el lío y los reconoció. Al poco, ya estaba el primer astado en la plaza. Mientras esperaba su reacción, el niño fue contundente: “Mamá ese toro es muy pequeño”. Toma ya. “¿Toro pequeño?”, dije yo. A continuación, le di la razón: “Como un gatito, cariño”.

La frase más repetida de la tarde fue: “Mamá, ¿cuándo va a torear Finito de Córrrrrrrrrrrrdoba?”. Se lo pasó como los indios aplaudiendo, cantando olés a destiempo y a voz en grito o sacando el pañuelo para pedir la oreja. Además se portó fenomenal las dos horas y pico que duró el festejo. Pocos niños de dos años se están quietos durante tanto tiempo, aunque él, si el tema le interesa, lo hace, como ocurre otras veces con el fútbol o como pasó la semana anterior en el circo. El caso es que la asistencia a su primera corrida de toros fue toda una experiencia que estuvo a punto de perderse por mi miedo a sus miedos.

Mientras sacaban a Morante de la Puebla a hombros le pregunté que qué le gustaba más, si los toros o el fútbol. La respuesta fue muy salomónica: “Mamá, el fútbol, pero los toros también”. Pues nada, habrá que repetir.

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