'Cumplemeses' feliz
Ayer cumplió mi hijo pequeño nueve meses. Increíble. Me pasé todo el día pensando en lo rápido que ha pasado todo (mucho más que con el mayor) y lo que han cambiado él y las cosas en este periodo.
El pequeño es un bebote hermoso. Un precioso rubio con seis dientes muy separados que ya te hace palmitas, te contesta que no a todo lo que le preguntas con movimientos locos de cabeza, te tira besitos y te seduce totalmente con sus pa-pa-pa-pa-pa y ma-ma-ma-ma-ma. Cuando lo miro no puedo evitar acordarme de cómo era hace tan sólo ocho meses, con la cuarentena recién cumplida. Era redondito pero sus piernas delgadas y su pelo, abundante y muy moreno. ¡No se parece en nada! Ni siquiera sus ojos, que antes se mostraban oscuros y ahora son azules claros y muy vistosos. Se me cae el alma al suelo cuando me mira con esa carita que tiene y me extiende los brazos como dicendo: “Cógeme, mamá, cógeme”. ¿Y qué hago yo? Pues cogerlo, abrazarlo y regodearme dándole pellizcos (indoloros) en sus piernotas gordas.
Bueno… y todo esto lo hago tranquilamente cuando estoy sola con él porque, si está su hermano, lo tenemos que compartir. Con ellos se cumple aquello de ‘hay amores que matan’ porque los abrazos que el mayor le da al chico son como para separarlos como si fueran púgiles en pleno combate de boxeo. Y yo... me lo paso genial observándolos.
Igual me notáis algo nostálgica en el tono. Puede que tengáis razón. He pasado de tener todo el tiempo del mundo para ellos a dedicar parte del día a trabajar fuera de casa. ¡Y no os lo toméis como una queja! Todo lo contrario. Estoy contenta por la oportunidad que se me brinda y muy ilusionada con este nuevo proyecto. Sólo que... cuando llego a casa el pequeño ya duerme y el otro está a punto de caramelo por lo que no puedo disfrutar de ellos como lo he hecho hasta ahora. Y, aunque son sólo tres noches a la semana, tengo sentimiento de culpabilidad. Ya sé... los niños están muy bien atendidos y acompañados pero no estoy yo. Supongo que algo parecido a lo que yo siento ronda también los corazoncitos del resto de mamás cuando se reincorporan al mundo laboral. Así que sólo me queda pensar que ‘mal de muchos, consuelo de tontos’.
De todas formas, como la situación es nueva irá evolucionando y sé que terminaré agradeciendo (sobre todo por mi espalda) no estar en casa en la maratoniana hora de los baños, cenas y demás menesteres propios del final del día.
Y no penséis que soy bipolar, aunque al leer estas líneas pueda parecerlo. Estoy en plena batalla emocional, en plena conciliación familiar y laboral, en plena etapa de cambios. Sólo necesito tiempo para mí, para organizarme con los horarios, las nuevas responsabilidades y las obligaciones de todos los días. Y lo conseguiré. Además, espero no tardar mucho en hacerlo, aunque esto es harina de otro costal y merece un post aparte.
Por ahora, me quedo con que, aunque las cosas parece que han cambiado de repente, en realidad lo llevan haciendo meses y no me he dado cuenta. Vivimos el día a día sin percatarnos de que la vida evoluciona y, de vez en cuando, merece la pena echar el freno y recapitular. Igual esta es una buena forma de que el tiempo no pase tan rápido, pero esto último es tan sólo una hipótesis aún por demostrar.
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