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Tres refugios urbanos para huir de procesiones

Fidel Del Campo

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Si tienes tiempo y dinero para escapar el Jueves Santo y huir del incienso y las torrijas te señalo tres sitios con atractivos de sobra todo el año pero con novedades en Pascua. Son tres ciudades sublimes, que merecen el capricho, si el bolsillo lo permite, de un buen hotel.

Burgos. Castilla en esencia. Una ciudad que parece despertar de los rigores de su invierno estepario. Doy dos pistas, las dos son para abrir boca: por hambre y por asombro.

Capital del condumio. Pasarse por Burgos ahora es comer sin que haya un mañana. Esta ciudad castellana no es solo Catedral. Burgos es capital gastronómica española en 2013. Comerás compulsiva pero placenteramente. Hay talleres, concursos de tapas, catas, eventos con descuentos como el recién celebrado fin de semana “Devora Burgos”. La oferta pasa por embutidos, morcillas para llorar de gusto, carnes de primera, guisos y vinos del Duero. Una revolución de fogones que parte de la cocina castellana y que tendrá mucho que decir.

Museo de la Evolución Humana. Ejemplo de aprovechar el boom del cercano yacimiento de Atapuerca, tesoro paleoarqueológico que por cierto también es visitable. El museo, en el casco urbano, es divulgativo y apto para nenes y no tan nenes. Allí te cuentan, a golpe de última tecnología, cómo es eso de convertirse en hombre, siendo mono colgado en ramas hace unos pocos millones de años. No apto para anti darwinistas y talibanos de la ciencia.

Un hotel. Hotel AC Burgos. Clásico hotel urbano, céntrico y con el toque de la cadena exespañola AC. Mira bien porque ofrece descuentos de fin de semana.

Lisboa. Ni las hordas financieras, ni el Banco Central Europeo han podido ni podrán con la que considero verdadera capital de esta península cainita. Portugal es parada obligada una vez al año, su capital debiera ser pisada hasta dos y está aquí, a media jornada. Para Pascuas os doy dos motivos, de los miles que hay, para que la tengáis en cuenta.

Terreiro de Paço. La mayor de las plazas lisboetas, también Praça do Comércio, fruto de la reconstrucción tras el terremoto de 1755. Su teatralidad neoclásica y la presencia del Tajo hacen indispensable el paseo. Estos días han montado un espectáculo de luz, sonidos y vídeo. Las proyecciones arrancan a las nueve, hasta el 31 de marzo, sobre el arco de la rua Augusta. Se recorre, con imágenes en 3D, la historia de la ciudad, su destrucción tras el sismo y su resurgir gracias al marqués de Pombal.

Fundación Gubelkian. El legado de un millonario turco-americano enamorado de Lisboa. Es un impresionante complejo cultural con unos no menos impresionantes jardines que tras más de cuatro décadas ha dado casi tanto a la ciudad como el ministerio de Cultura. Se expone cerámica, tapices, pintura y escultura. Me gustan las colecciones orientales. Hay piezas egipcias, armenias, persas y un recorrido pictórico en el que no faltan obras de Rembrandt, Rubens, Degas o Renoir. Las instalaciones son absolutamente relajantes. El conjunto es digno para media jornada. Para los conocedores de Lisboa, sin prisas por ver monumentos, es digna para un día entero.

Un hotel. As janelas verdes. Un palacete del 18 en el casco histórico. Es un establecimiento veterano en eso tan de moda de los hoteles boutique. Se nota su solera y las ganas de ser un sitio acogedor. No pretende modernidades ni las encontrarás. Ofrece comodidad con gusto.

Bilbao. Ejemplo de cómo convertir una ciudad gris, industrial, oscura y maltratada en una polis del XXI, con reaños para aguantar la megacrisis con dignidad. Soy fan del País Vasco desde décadas. Han sabido refundarse como nadie, pero Bilbao representa más, es la manera “vasco urbana” de salir al mundo. Mis dos consejos pasan por el Nervión y el Cantábrico.

Paseo marino. Su ría, rescatada de la cloaca de las fábricas y sus espectaculares playas, a tiro de metro, permiten escapadas de aire puro más reponedoras que 25 spas. Lo mejor, patear el paseo de la ría desde el casco viejo, acabando en el museo de Bellas Artes. Para ver océano, píllate el metro hasta Plentzia. Allí te espera un precioso pueblo balneario, de los elegidos por la alta burguesía. Unas paradas antes, mi playaza bilbaína favorita: Sopelana: acantilados, chaletazos, bares a pie de mar y surferos.

Museo Guggenheim. Aparte de la exposición permanente, el Guggen, ese exitazo arquitectónico color papel de plata, ofrece en primavera varias muestras curiosas. Me gusta y mucho L’art en guerre, retrospectiva del arte pictórico francés antes, durante y después de la invasión nazi. Más de 500 obras, pinturas y dibujos de Picasso a Dubbuffet. El resultado es una crónica de tiempos oscuros hecha arte. No acabo mi referencia al guggem sin recomendar parada en su bar, un clasicazo. Pintxos, cervezuelas y txakolis a punta pala.

Un hotel. Hotel Carlton. A veces, los hotelazos de toda la vida sorprenden por renovación. El Carlton es de esos. Ofrece un servicio de restauración bestial, ubicación perfecta en el ensanche, pegado a la mítica Gran Vía bilbaína y unos desayunos para gritar de placer. Hay ofertas a menudo.

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