El otro día haciendo limpieza de una vida pasada, me encontré con una báscula antigua llena de polvo que iba a tirar. Al cogerla vi que las agujas se movían, así que me pesé, comprobando que funcionaba perfectamente. Alguien que estaba allí me dijo “no la tires que es de las de ruedecita detrás y puedes quitarle unos kilitos ¡que eso anima muchísimo!”
Nos hemos acostumbrado a mentir con tanta facilidad, desde lo más nimio a lo más trascendente, que resulta sorprendente. El colmo es engañarse a uno mismo. El objetivo de la mentira parece que es engañar al que está enfrente, pero hacerlo contigo es estúpido a la par que cada vez más frecuente. Por ahí se empieza. Te comes los helados a pares y le echas la culpa de tus kilos de más al metabolismo; o vives en una farsa matrimonial pero aún crees que te quieren. Cuando te instalas en la mentira, solo caben cada vez más mentiras.
Hace unos meses llegamos de improviso un viernes por la noche a pasar el fin de semana al apartamento de veraneo. Nuestra cochera estaba ocupada por un vehículo desconocido. Era muy tarde y no pudimos hacer otra cosa que cabrearnos. Al día siguiente el coche ya no estaba y por fin metimos el nuestro en la cochera. El domingo al marcharnos, la sorpresa fue la nota que, muy bien colocada en el parabrisas, decía: “la próxima vez que aparque usted en mi cochera, llamó a la policía”. Y es que la consecuencia de la mentira es llegar a instalarte en la poca vergüenza, o ninguna.
He meditado sobre cómo se llega a la mentira como “modus vivendi” y a la auto mentira como leitmotiv. Y creo que hay algo que nos falta desde hace décadas: la educación. La educación confiere valores y la vergüenza que te impide, por ejemplo, hacer alarde de tus mentiras, salvo que seas un auténtico psicópata. Psicópatas hay muchos. Sin educación, tantos como botellines de cerveza.
Y esto no es ser de derechas, izquierdas, de centro o de los extremos. Es solo cuestión de que hemos dejado de educar. A los maestros no se les deja. Es más, se les reprime y afrenta y hasta se les insulta por padres cada vez peor educados. Imaginen mañana a los niños de esos padres cuando eduquen a los suyos. Una espiral diabólica que no cesa y aterra.
En la vida no hay nada más importante que la educación. La suma de la educación individual es la colectiva de un país. Con educación no interrumpes a nadie, ni mientes, ni insultas. Esperas tu turno, expresas tu opinión o te manifiestas en contra, pero sin ofender, ni imponer la tuya por la fuerza.
Con educación llega la solidaridad, el progreso, el compromiso. Sin educación el valor del trabajo duro y la constancia se diluyen y aparece, una vez más, la mentira y de su mano los trincones y gualtrapas. Con educación eres incapaz de engañar a otros. Solo admito como excepción la mentira piadosa y, ojito con ella, porque a veces la víctima a la que proteger lleva mucho tiempo riéndose de ti.
Hoy voto por la educación… ¡ay que pena, que me parece que no se presenta!
Soy cordobesa, del barrio de Ciudad Jardín y ciudadana del mundo, los ochenta fueron mi momento; hiperactiva y poliédrica, nieta, hija, hermana, madre y compañera de destino y desde que recuerdo soy y me siento Abogada.
Pipí Calzaslargas me enseñó que también nosotras podíamos ser libres, dueñas de nuestro destino, no estar sometidas y defender a los más débiles. Llevo muchos años demandando justicia y utilizando mi voz para elevar las palabras de otros. Palabras de reivindicación, de queja, de demanda o de contestación, palabras de súplica o allanamiento, y hasta palabras de amor o desamor. Ahora y aquí seré la única dueña de las palabras que les ofrezco en este azafate, la bandeja que tanto me recuerda a mi abuela y en la que espero servirles lo que mi retina femenina enfoque sobre el pasado, el presente y el futuro de una ciudad tan singular como esta.
¿ Mi vida ? … Carpe diem amigos, que antes de lo deseable, anochecerá.
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