Lluvia de fuego
El cordobés, desde pequeño, anda acostumbrado a empezar septiembre con cierto orgullo de superviviente. El cordobés no pierde ocasión de glosar las penurias del verano en el Valle del Guadalquivir ante cualquier insensato ajeno a nuestra canícula. Cuando el extraviado extranjero allende Despeñaperros ose hablar de calores veraniegos ante un nativo del Valle, éste se verá sometido a la vergüenza y deslumbre de la epopeya estival cordobesa. El cordobés vacila con su verdadera seña de identidad. Raramente conocerá a un cordobés que vista sombrero de ala ancha, o que conozca el siniestro pasado del paisano Lucero el Tenebroso, pero con toda seguridad se habrá visto a sí mismo henchido de ese estúpido orgullo que nos da el sabernos el lugar más cercano al infierno de todo el occidente europeo.
Estos días, rozando el mediodía, el zumbido de las chicharras se entremezcla con el de los aires acondicionados. Pasando la hora del telediario, el callejero cordobés se trasviste en retiro espiritual temporal, donde la ciudad expía los pecados acumulados por tantos y tantos años de barbarie oculta bajo la alfombra de la Historia. “Está lloviendo fuego”. Una frase propiamente cordobesa que recoge el sentido de la flama. Al cordobés le habla usted de la cresta sahariana enviando isos a 850 hPa por encima de los 24º y torcerá el gesto para eructar algún gruñido, ahora bien, discútale el número de ajos que lleva el gazpacho y asistirá a todo un tratado antropológico que une al Homo sapiens baeticus con el territorio que lo vio nacer.
El cordobés tiene esa cosa del que come salmorejo con pan mientras atiende impasible al parte de mediodía. Entre breva y breva de sucesos, mientras corta las tajadas del melón, escucha de rondón, justo antes de amodorrarse con el Tour, la ronda diaria de conexiones en riguroso directo desde las plazas de los pueblos de España. Acompaña al sorbeteo del caldo del melón, el orgullo de campeón al ver la Plaza de las Tendillas en la tele rozando los 45º. Cierta emoción se despierta entre este pueblo cuando de entre los 15 minutos que el telediario le dedica al minuto y resultado de la Champions League del Calor, se deja ver un cartel de Cruzcampo de uno de los termómetros callejeros con el logo del Ayuntamiento de Capitulares.
Así, entre el griterío y la ovación del pueblo, quedan silenciados los 10 segundos del conflicto Palestino. Es justo en ese momento al acabar el parte, cuando el cordobés, aún con la barba llena de migas, recoge la mesa mientras escucha en la lejanía del salón cierta guerra entre terroristas y gentes de bien, que parece que nunca tuvo inicio y que nunca tendrá final. Queda aislado en el rincón del olvido, de la manipulación y la omisión criminal, la verdad de un genocidio que no para de hacer caer fuego contra quien no tiene con qué defenderse. Llamando terror a lo que no es más que legítimo cabreo, al cordobés le queda la sensación, mientras sacude el mantel en la cocina, que la lluvia de fuego es merecida reprimenda. Que los cerca de 200 palestinos muertos a manos de un Estado criminal son justas consecuencias de la eterna guerra contra los moros.
La esperanza queda en que el fresco que nos llegue este próximo fin de semana, alivie un poco las trágicas noches palestinas, y las tormentas que puedan descargar en la capital del Reino, se lleven por delante a los malnacidos que controlan las redacciones de televisiones y periódicos, que silencian, manipulan y ningunean, junto con buena parte de nuestros gobernantes, uno de los peores genocidios consentidos desde que los nazis invadiesen Polonia.
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