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Nos ha jodido Mayo...

Carlos Puentes

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Por regla general tiendo a pensar en la publicidad como un cagarruto del maligno, una profesión, la de los publicistas, equiparable en maldad a la de picapleitos, políticos, o reporteros de Andalucía Directo. Afortunadamente tengo un principio activo en mi serebro que impide la adecuada sinapsis en todo el córtex cerebral cada vez que un anuncio intenta invadir mi inmutable parsimonia. El secreto está en una adecuada, progresiva, y constante exposición a los dislates publicitarios de Antena 3, que además de inmunizar contra el motor de consumo del mundo, consigue un odio perenne contra todo ese gremio que constituyen los publicistas.

No obstante, hay que reconocer que en ocasiones, de entre la cabeza pensante de alguna publicista, surgen reclamos que en su visión de conjunto constituyen auténticas joyas promocionales. Es el caso de cierta campaña que en el calendario normal del año, de entre la nómina de meses cambia el de mayo por la denominación de Córdoba. Un digno ejemplo de sencillez en el mensaje, que deja bien claro, sin estridencias ni colorines, que durante un mes entero esta ciudad es la fiesta padre donde dejarse los cuartos. La cosa de la festividad de mayo, va alcanzando tal categoría que incluso nos permitimos tener la tradición de presentar carteles para el mes, indignarnos y chotearnos felizmente de ellos.

El objetivo de las fiestas, amén de multiplicar las intoxicaciones etílicas en las urgencias del Reina Sofía, hunde sus cimientos en la meta incansable de aumentar la ratio entre turistas y vecinos hasta niveles insoportables para estos últimos. Que las cruces, los patios y la feria sean una marea inabarcable de personas un tanto perjudicadas, es signo incuestionable del éxito de la promoción de nuestro mes allende nuestras fronteras. Que el tiempo acompañe es requisito indispensable para culminar tan elevada meta, razón por la que escrutinios atmosféricos como los que de vez en cuando rebuzno resultan vitales para atraer a los visitantes a contemplar los elementos diferenciadores del ser cordobés.

De entre estos, obviando la consabida retahíla de fiestas tradicionales que comenzase con la Cata del Vino, se ha querido meter desde hace bien poco una loable iniciativa ciudadana que pretende arrojar algo de cultura patrimonial entre charco y charco de fino Montilla-Moriles. Los Paseos de Jane Jacob alcanzan este año su tercera edición en esta extraña ciudad. Un certamen que desde el relajado paseo pretende acercar una visión amable de diversos elementos culturales y patrimoniales de la ciudad. Si quieren acercarse este año no tienen más que consultar la página web donde se recogen todos y cada uno de los paseos.

Aunque echo en falta, todo hay que decirlo, una de las rutas ocultas del patrimonio cultural cordobés, la que ponga en relación la historia reciente de la política freak cordobesa, y los elementos más rancios y casposos de la cultura local, a través de un rosario de esculturones que en los últimos años han ido floreciendo por la ciudad. La cosa pasaría desde el rancio homenaje a la “mujeh cordobesa” que tiene su cosa frente a la Diputación, hasta la estatua que el Ayuntamiento de Doñarrosajoaquina le dedicó al cantaor Luis Navas, sombrero y capa al hombro, pasando por la bochornosa proliferación de hombres de sotana, hasta llegar, estos días, a la más reciente incorporación con que este nuestro Ayuntamiento, ya de marca popular, ha tenido a bien endiñarnos a los cordobeses a cuenta de la Fiesta de los Patios.

La que el escultor Belmonte ha dado en avanzar como primera de una trilogía para terror de niños y ancianos, que ya duerme anclada en la Puerta del Rincón, con la silueta de una moza convenientemente tapada en su entreteto, regando hasta el fin de los tiempos una colección de gitanillas con que dejar constancia antropológica de una fiesta que ya ha olvidado lo que fue.

Y es que puede que Belmonte sea el Černý cordobés. David Černý, escultor checo que al igual que nuestro paisano, ha ido sembrando su Praga natal de esculturas cada vez que le han dejado, aunque con la sutil diferencia de mearse convenientemente sobre las propias instituciones que le pagaban. Un saludable ejercicio con que los checos se ríen de sí mismos, que tiene como máximo exponente la escultura “Proydy” (chorritos), en la que un par de mozos con la churra fuera se mean sobre la silueta de la República Checa. Un impensable por estas tierras tan dadas últimamente al nacionalismo patrio, y que ni por asomo permitirían la butifarra que Cerny flotó sobre el río Moldava para situarla frente a la sede del gobierno checo.

Imaginen que este mayo, alguno de nuestros escultores locales, previo pago del Ayuntamiento, lanzase a las aguas del Guadalquivir una inmensa butifarra de diez metros de altura, dirigida contra la Mezquita-Catedral, el Obispado, y el resto del centro de poder de la ciudad, con que insinuar sutilmente que pueden irse todos, con su mayo florido, a la más apestosa de las mierdas. Un sueño de mayo que por el momento, y si la Guardia Civil lo permite, sólo podremos pintar.

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