Final de año
Seré breve. Se agotan definitivamente los últimos días del peor año por el que haya pasado la historia reciente de este país. No lo digo yo, lo dijo el Rey en un discurso que cargó hacia la izquierda, con continuos guiños dirigidos a la preservación del modelo de bienestar social, desde el mantra, eso sí, de la austeridad. Mejor me callo.
Se acaba un año interesante, por lo trágico, y que seguro pasará a los libros de historia en la misma sintonía que otros que el recuerdo nos dejó por fatídicos. Se consolida la gran tragedia nacional, la aceptación de aquello que nadie quería afrontar, la constatación de un estado de depresión colectiva que será objeto de tesis de los escasos sociólogos que queden mañana. Una maraña de sentimientos y reflujos más propios del pasado, que estos días, debido a la ventaja que mi obsesión por el vaticinio me proporciona, he podido vislumbrar.
Un año anodino meteorológicamente hablando, cuyo episodio más destacado se corresponde con una curiosa “ola de calor” que padecimos en agosto, pero que afortunadamente ha acabado por romper radicalmente con el periodo de sequía que veníamos arrastrando y que ha llegado a amenazar de nuevo los cimientos de la hidrografía andaluza. Un año que va a cerrar, desgraciadamente, con una tendencia que parece querer volver a repetir la del pasado. Hasta ahora, un mes de diciembre con unas precipitaciones que andan en torno a un 60% por debajo de la media, y que no parece que acabar de remontar. Será por compensar haber tenido un mes de noviembre extraordinariamente húmedo, cosas del karma.
¿La razón? Como ya dije en semanas anteriores, el anticiclón de las Azores, que si bien no se está mostrando especialmente potente, sí que tiende a situarse con cierta insistencia en nuestras cercanías, funcionando como muro de contención ante las borrascas atlánticas que nos estuvieron beneficiando en la primera mitad del otoño. El resultado, una circulación zonal muy alta, es decir, en latitudes propias del verano, y de la que por el momento sólo nos queda contentarnos con el paso de alguna que otra vaguada por el norte peninsular como la que ayer nos afectase, con el consiguiente arrastre de aire frío.
De momento, y por lo poco que queda de año, más de lo mismo, mañanas frías, provocadas no tanto por la advección de masas de aire sobre nuestras cabezas como por la inversión térmica que tiende a producirse en esta época del año, y que nos dejarán nieblas mientras nos sigan afectando vientos con cierto recorrido marítimo, en torno al fin de semana. Un fenómeno con el que tendremos que contentarnos a falta de que lleguen los grandes días de la meteorología nacional.
Mientras, el llanto y el lamento entre los aficionados a la meteo es generalizado, una sensación creciente, aunque muy prematura, de otro invierno que se escapa. Y es que por regla general tendemos a ser amantes del caos y la destrucción, y disfrutamos infinítamente más pronosticando desgracias y excepcionalidades que haciendo seguimiento de las brumas matinales, pero es lo que nos toca, un final de año seco, con una tendencia en el medio plazo que prolongaría esta misma situación hasta el comienzo, como mínimo, de la gran temporada de nieves peninsulares. Intenten llegar vivos a final de año, esquiven gastroenteritis, comidas de empresa, cuñaos, surtidos navideños y el bombardeo que estos días tiene atemorizada a media Córdoba, y si siguen por ahí, nos leeremos en 2.013.
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