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La Caspa

Carlos Puentes

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Pablo Iglesias, el innegable referente que impide el sueño del 90% del arco parlamentario nacional, ha tenido a bien dejarnos como herencia ya palpable, una más que aceptable acepción semántica para referirse a cuanto hijoputa con los bolsillos llenos nos pide al resto que los vaciemos. La casta resume a esa extraordinaria clase social que aglutina al ladrón de guante blanco y el amplísimo reguero de agarrasobres que cada cuatro años le piden su voto.

El amigo Iglesias, más allá de que en el futuro cercano acabe siendo un bluf que horade el culo de sus gobernados como ya hiciese Felipe González, ha demostrado en los cerca de cuatro años que lleva poniéndose detrás de cuanto altavoz puede, tener la mayor capacidad discursiva y de oratoria desde tiempos de Anguita. Queda claro que entre el evidente dominio que Iglesias hace del lenguaje, y la manifiesta y creciente estupidez del resto de actores políticos, se abre ante el país una magnífica oportunidad de, cuanto menos, pasar un rato estupendo comprobando hasta qué punto quienes vienen acaparando el poder pueden llegar a hacer el ridículo en la plaza pública.

En lo local, al amparo de este revulsivo, se viene gestando desde hace meses una nueva iniciativa política de base eminentemente ciudadana, de nombre Ganemos Córdoba. Lo que pueda salir de ahí sólo el tiempo y las extrañas claves electorales que se dan en nuestra ciudad dirán, pero al menos promete servir, del mismo modo que a nivel nacional, de marco idóneo para asistir a un espectáculo que manifieste cuán esperpénticos podemos llegar a ser. Una vez sobrevivan a la batalla de egos que pueda darse en las primeras fases del proceso, esta naciente opción política deberá elaborar un mensaje adecuado que atraiga al cordobés cabreado y que este acabe votando en clave nacional, para salvar los evidentes escollos que tiene lanzar un mensaje desde la municipalidad.

La propuesta, por sagaz y evidente, debería centrarse en atacar a nuestra particular casta, la Córdoba de la peña y el perol, de la cordobesidad inmutable, la casta tridentina de cofradía, peña y fútbol en domingo, la casta de todas las castas, la Caspa cordobesa, de sobaco rancio y mondadientes, la del cuñadismo, la de mecha y oro, la Córdoba del sintapismo, de la Catedral antigua Mezquita, la caspa de la modernez hecha gintonic, la caspa felizmente enterrada de los fastos del dormirdiesisái, la de curas banqueros de pensiones millonarias, la del trinque. Un programa municipal para cuatro años, que se centre en un único punto, la demolición controlada de todo el edificio de tópicos de la cordobesidad, empezando por su custodio y acabando por el avión cultural, que dinamite los lugares de poder cordobeses y permita renacer del caos un intento de ciudad propia al tiempo que venimos viviendo.

Quiera la divina providencia, la meteorológica al menos, que el carrusel de borrascas que ya nos afecta haga crecer al moribundo Guadalquivir lo suficiente para arrastrar tanta caspa cordobesa, que haga fácil el camino para asaltar Capitulares. Las altas presiones en Escandinavia así puedan facilitarlo, haciendo las veces de bloqueo ante el avance de las profundas borrascas atlánticas, que en su camino por latitudes próximas a las Británicas, descienden en su camino hasta las inmediaciones Ibéricas, haciéndonos disfrutar de este magnífico tiempo otoñal que ya va llenando embalses y saturando el campo, ingredientes ideales para arrastrar hasta el mar, de aquí a mayo, todo lo merecidamente arrastrable.

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