Las alas del ángel
No es corto ni inmediato el camino que conduce a un cinéfilo a encontrarse con el cine de Adolpho Arrietta. No lo es ni tan siquiera para el que lleva tiempo degustando cine francés de los años sesenta y setenta o para aquél que se ha detenido con interés y tiempo a ver lo que el cine español esconde debajo de esa tan desatendida, vapuleada y olvidada primera plana de nombres célebres.?xml:namespace prefix = “o” ns = “urn:schemas-microsoft-com:office:office” /
Arrietta, como Vecchiali, Biette o Guiguet -y no es casualidad que cite al núcleo del grupo Diagonale-, reclama un espectador que aun habiendo hecho el camino de la modernidad todavía confíe en la inocencia del cinematógrafo para convocar cierto temblor, rubor y estremecimiento en los seres, en la naturaleza, en la puesta en escena. ¿Cómo lograr esa vibración nocturna que colma las películas como un secreto? Se pregunta Serge Bozon en su crítica de Flammes (1978), probablemente la película más hermosa de Arrietta, para concluir: “mediante la puesta en escena, o mejor dicho mediante la puesta en rumor, esa capacidad de obtener la atención máxima del espectador sin instalar ningún suspense, privilegiando por el contrario una espera indecisa, una narración brumosa. Tales cineastas no buscan arrebatar, sino procurar una calma particular, una calma que se despliega como el silencio después de la caída en off de un cuerpo en el agua. Se ha oído algo, ahora miramos por todas partes pero no hay nada que salga a flote. Quizás haya que esperar. Nada se oye.”
Bozon traza un interesante paralelismo entre la serie B norteamericana de los años 50 (Dwan, Tourneur y Ulmer) y el cine de Arrieta, Biette o Zucca: la búsqueda de esa vibración nocturna que colma las películas como un secreto. Una vibración que en Arrietta nos lleva a las primeras visiones de la infancia, febriles, oníricas y alimentadas por los deseos nacientes, los anhelos primordiales que alborean en el ser. Ángeles y/o fetiches, terror y/o deseo se agitan como las sombras en la pared que bosquejan las anaranjadas brasas de un fuego crepitante. Podríamos pensar que todo estaba ya en la infancia, allí nos aguardaba el origen de lo que íbamos a ser, de lo que nos iba a conmover y a excitar; allí estaban también las presencias y las apariciones, al mismo tiempo inquietantes y atractivas, amenazadoras y adictivas, resonando en la noche como los tam táms africanos y los sonidos de las sirenas de los coches de bomberos que vienen despacio, desde muy lejos, para terminar deteniéndose en la puerta de nuestra casa. Sí, hay fuego, aunque todavía no hayamos visto el humo.
Si seguimos con el juego diremos que todo empezó con un ángel y con una pirindola en la España de 1966 en la que Arrietta era un absoluto marciano. El crimen de la pirindola (1966) e Imitación del ángel (1967), sus dos primeros cortos, tienen esa cualidad láctea de la que habla Bozon, presentan las primeras apariciones y cuentan ya con la presencia de, por aquel entonces, un joven Javier Grandes, su actor fetiche, que nos acompañará -hasta su muerte en 2012- durante buena parte de la filmografía de Arrietta.
Si recordamos al jovencísimo Grandes en El crimen de la pirindola, probablemente también seremos capaces de acordarnos que, mientras miraba soñador la peonza que daba vueltas, detrás suya aparecía un ángel con alas de papel. El material del que estaban hechas las apariciones, los sueños, revela no tanto la fragilidad de estas visiones (cuya fuerza y constancia quedarán ratificadas conforme la protagonista de Flammes crezca y veamos que no sólo las mantiene sino que incluso las sigue alimentando) como su evanescencia, su naturaleza tímida, esquiva y huidiza. Recordaremos entonces aquella primera vez que, siendo aún Barbara una niña provocará -tras ver desde su cama la figura del bombero y lanzarle un objeto que impactará en el ventanal que hay tras la aparición, rompiéndolo- que la visión se desvanezca.
Arrietta y Grandes se establecieron en Francia en 1967, donde el primero rodó su siguiente mediometraje, Le jouet criminel (1969), que contó con la presencia de un ilustre: Jean Marais. Sería equivocado pensar que como el ángel tras Grandes, es Cocteau el ángel que hay tras Arrietta, algo que, de nuevo Bozon, explica maravillosamente en su crítica: “…a excepción de La Bella y la Bestia, las películas de Cocteau son secas, esculturales y sincréticas. Las de Arrietta son sedosas, infantiles, musicales y antisincréticas. Si Cocteau es de estuco, Arrietta es de leche. Su onirismo es estrellado y homogéneo allí dónde el de Cocteau, como en Orfeo, radica en la separación y estancamiento de los espacios…”
Sus siguientes cinco filmes franceses (Pointilly, Flammes, Las Intrigas de Sylvia Couski, Tam Tam y Grenouilles) muestran una evolución en los formatos (sonorización más profesional, color, etc.) y en las duraciones (aparecen los largometrajes) lo que va a colocar a Arrietta en el panorama cinematográfico francés. Así, tras su premio en el Festival de Toulon a Las Intrigas de Sylvia Couski, empezaron a aparecer textos como el de Dominique Noguez, L’art vivant, donde a pesar del elogio se erraba el tiro a la hora de analizar el cine de Arrietta, relegado a una especie de reportaje cinéma-vérité sobre el mundo de la nueva generación de Saint-Germain. Noguez escribía en junio de 1974: “… Las intrigas de Sylvia Couski es el primer film underground parisino, y la película que Warhol y Morrissey querían hacer cuando rodaron L’Amour. El único film que, a caballo del nuevo teatro argentino (TSE, Copi), de la neodecadencia alemana, de la sofisticación warholiana y de las improvisaciones de Rivette, consigue dar, como La maman et la putain, algo del particular aire de Saint-Germain-des-Près con todo lo que en costumbres y microcosmos intelectuales se ha desarrollado desde el 68″. Arrietta daba en cambio la clave para entrar en Las intrigas… con mejor pie: ”…el travestismo es una cosa completamente espiritual. A Marie France yo no la veo como un objeto de deseo sino como un ser angélico“.
En la portada del nuevo número de la revista Lumière aparece un fotograma de Flammes; el año pasado Re-Voir, en Francia, le dedicó un pack a Arrietta y ahora, en nuestro país, Intermedio hace lo propio lanzando una Integral. ¿Qué está pasando? Ha pasado un ángel, diría Arrietta, o tal vez, tan sólo se trata de ese mismo espíritu enamorado de la belleza en Femmes femmes (Paul Vecchiali, 1974), Corps à cœur (ídem, 1978), Le Jardin qui bascule (Guy Gilles, 1975), Le Théâtre des matières (Jean-Claude Biette, 1978), Flammes (Adolpho Arrietta, 1978), Les belles manières (Jean-Claude Guiguet, 1979), Simone Barbès ou la vertu (Marie-Claude Treilhou, 1980) y Rouge-gorge (Pierre Zucca, 1985), que aún se pasea sonriente y juguetón entre nosotros.
INTERMEDIO DVD
Cofre ADOLPHO ARRIETTA · Obra completa.
Duración: 126 min + 112 min. + 172 min. + 107 min.
Idiomas: Castellano / Francés
Subtítulos: Castellano / Inglés / Francés
DVD: 4 DVD + librito de 64 págs.
Zona: 0
Imagen: 1.33:1 / 1:66:1
Pantalla: 4:3 / 16:9
Sonido: Mono 2.0 / Dolby Digital (AC3)
Contenido:
DVD 1
El crimen de la pirindola. 1966. España. 16 mm. b/n. 18 min
Imitación del ángel. 1967. España. 16 mm. b/n. 21 min.
Le Jouet criminel. 1969. Francia. 16 mm. b/n. 37 min.
Vacanza permanente. 2006. España. MiniDV. b/n y color. 40 min.
DVD 2
Pointilly. 1972. Francia. 16 mm. b/n. 30 min.
Flammes. 1978. Francia. 16 mm. Color. 82 min.
DVD 3
Las intrigas de Sylvia Couski. 1974. Francia. 16 mm. Color. 73 min.
Tam Tam. 1976. Francia. 16 mm. Color. 60 min.
Grenouilles. 1984. Francia-España. 16 mm. Color.39 min.
DVD 4
Kiki. 1989. España. 16 mm. Color. 23 min.
Merlín. 1990. España. 16 mm. Color. 58 min.
Eco y Narciso. 2003. España. 16 mm. Color. 19 min.
Dry Martini. 2008. Italia-España. MiniDV. Color. 7 min.
PVP: 39,95 Euros.
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