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Toma la dignidad y corre

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Juan Velasco

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¿Si sólo pudieras viajar al pasado una vez, qué concierto elegirías?

Esta estupidez friki para mi tiene respuesta. Viajaría al Carnegie Hall de Nueva York un lluvioso viernes 6 de octubre de 1972. Allí desembarcaba un tipo sin igual en la música norteamericana del pasado siglo, Bill Withers, y ofrecía uno de los recitales más perfectos de Soul, Folk y Funk de la historia para quien escribe estas líneas.

Con un repertorio insuperable y una banda engrasadísima, Withers estaba entonces en la cima de su popularidad tras haber editado sus dos primeros y exitosos discos. La simpatía, el carisma, la fuerza y la aparentemente naturalidad con la que se ofrecía al público un tipo que unos meses antes fabricaba retretes todavía me estremece cada vez que escucho la grabación del concierto. Y la escucho muy a menudo.

Me estremece porque Withers no era un genio pero tenía ese algo que conectaba con el público y lo hacía sin necesidad de engaños o trucos. Bill no engañaba a nadie. Y cuando se hartó de que lo engañaran a él, mandó a todo el mundo al carajo.

“No te engañes con la música. La música es una cosa. El negocio de la música es otra cosa. Guárdate lo suficiente de ti mismo para seguir viviendo de cualquier otro modo. Y ahorra suficiente alegría en tu corazón para disfrutarlo. Que tu recompensa sea ésta”. Bill Withers los tenía cuadrados. Porque una cosa es abandonar el negocio de la música cuando ya no te escuchan ni tus amigos, y otra muy distinta es levantarse de una cena de gala y largarte desanudándote la corbata por el camino. Y Bill se largó de la cena cuando aún no habían servido el segundo plato.

La historia de Bill Withers pudo haber sido otra cosa. Pudo haber sido el Bruce Springteen negro, como dice Questlove. Ese tipo que canta canciones que conectan con la 'Working Class', y las escribe con una facilidad pasmosa. Quizá hoy estaría llenando estadios. Quizá no. Quizá por ser negro e iletrado, los dueños del negocio le habrían sacado hasta el último penique y habría tragado con discos infumables a finales de los 80 como los que enturbian muchas discografías de tipos más talentosos que Bill, llenos de versiones de Elvis Presley.

Quédense con la anécdota. En el documental “Still Bill” la relata. Un jefazo de Columbia le sugirió a él, un cantautor que mezclaba como nadie en su época el Folk, el Soul y el Funk, que hiciera una versión de “In The Ghetto” de Elvis Presley. No fue la última. Aguantó más. Las que pudo. Hasta que en 1985, tras grabar “Watching you, Watching Me”, un disco tremendamente rescatable para los fans del Sonido Baleárico, se desanudó la corbata, se fue a su casa con su familia, y pulsó el botón de mute. Desde entonces, ni una nota, ni una letra, ni un quejío.

Volvía a ser quien siempre quiso ser. Un tipo normal. El mismo que nació en West Virginia a quien su abuela ayudaba a superar la tartamudez; el que se enroló en el ejército para madurar; y el que tarareaba canciones hoy míticas mientras fabricaba lavabos para aviones –“pero antes de que nadie los usara”, bromeaba en una entrevista-. La dignidad hecha soulman.

Entre el Obrero Bill y el Padre de Familia Bill, está el músico. Justo ahora se cumplen 45 años del lanzamiento de “Still Bill”, su segundo LP para Sussex –la discográfica que descubrió al ahora famoso Rodríguez-, y 40 años de “Menagerie”, el tercero para Columbia. Dos discos eternos y que presentan, de alguna manera, lo mejor de Withers: La desnudez del cantautor Folk Soul al estilo Terry Callier; la fuerza rítmica del Funk a la manera de Curtis Mayfield en “Roots”; y la difícil simplicidad de un letrista superdotado, capaz de componer canciones pegadizas sin intro ni estribillos tarareables.

Para celebrar la onomástica, hoy he juntado parte de las más grandes composiciones de Bill Withers, dejando las más famosas –“Ain´t No Sunshine”, “Grandma’s Hands”, “Use Me”, “Let Me In Your Life”, entre otras- en manos y voces de otros artistas, como D'Angelo, Aretha Franklin o Isaac Hayes, que han encontrado en Withers la fuente perfecta para realizar sus propias versiones.

También incluye el podcast algún que otro Remix más actual, puesto que su legado también ha inundado pistas de baile, y al propio Bill lo he puesto a cantar su repertorio más Funk y quizá menos reconocido. El Podcast viene narrado por el propio Bill Withers, con extractos de entrevistas suyas en los que rememora desde su infancia a sus inicios en la música. Ya en esas entrevistas se intuía que Bill estaba hecho de otra pasta y que el hueco que ocupaba no era el de una estrella.

Y ahí sigue su hueco. No se me ocurre nadie que lo haya llenado con la misma capacidad de éxito, dignidad y talento. Y como decía su propia canción “Esta casa no es un hogar” si nadie llena ese hueco.

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