Cuatro años sin Prince: Los niños del arcoíris
Se cumplen cuatro años de la muerte de Prince. Si viviera hoy, el confinamiento no habría cambiado demasiado la vida de un tipo que llevaba años, décadas de hecho, entregado a una rutina que consistía básicamente en encerrarse a crear música en su estudio de Paisley Park.
Claro que también había giras. Pero la mayor parte del tiempo lo pasaba en su feudo personal, componiendo canciones y discos, muchos de los cuales todavía no han visto la luz, y participando en jam sessions sin más testigo que alguien de su círculo cercano que por allí andara. Porque el Prince al que le sorprendió la muerte, en forma de gripe y fentanilo, ya no era el libertino que había sido durante los primeros 20 años de su carrera.
Y todo había girado justo hace 20 años, cuando, con el cambio de milenio, Prince Roger Nelson abrazó la fe y se convirtió en Testigo de Jehová. Fue en el año 2000, el mismo año en que se pudo quitar las cadenas de su contrato leonino con Warner Bros.
Hace 20 años, Prince no era precisamente sinónimo de éxito.
Y liberado de esa presión, sin más juez que a quien fuera que le rezaba, Prince se encerró en Paisley Park con Larry Graham (ex miembro de Sly ad the Family Stone) y grabó uno de los mejores y más subestimados discos de los últimos 20 años: The Rainbow Children.
Un disco mayúsculo que abandona la inmediatez funk del Prince que todo el mundo conoce, para profundizar en las raíces del sonido que el propio Prince aspiró a cambiar -y que cambió. El sonido de los ochenta fue suyo-.
Pero aquí no hay ni rastro de futurismo. En cambio, The Rainbow Children es un disco de jazz y soul colosal, un tratado de música espiritual con un sonido pulidísimo, tan vívido que parece haber sido grabado por una súper banda en directo. No fue así. De hecho, Prince tocó prácticamente cada instrumento que suena en el disco a excepción de algunas baterías, bajos y vientos dispersos a lo largo de un trabajo que se recogió en un disco doble que, en el momento de esta publicación, se vende de segunda mano a precios que oscilan entre los 500 y los 1.300 dólares.
Seguramente dentro de unas semanas la cotización baje en unos cuantos cientos de dólares, puesto que hay una reedición del álbum en camino que va a saciar a personas como yo, que llevo exactamente 18 años esperando a hacerme con una copia. La primera vez que escuché The Rainbow Children fue en el año 2002 atraído hacia Prince desde que un par de años cayó en mis manos Midnight Vultures, el homenaje confeso que Beck le hizo al genio de Minneapolis y uno de mis discos favoritos.
Lo que escuché entonces sigue siendo ahora un misterio, un obra que crece dentro de mí cada vez que le presto mi tiempo. ¿No va de eso el arte? The Rainbow Children entra y sale de mi vida con asiduidad. Y desde el pasado martes, cuando se cumplieron cuatro años de la muerte de Prince, no he hecho otra cosa que escucharlo una y otra vez, sin descanso. Obsesivamente.
Y con el prisma del ahora, encerrado, con mayor capacidad de análisis, estremece como nunca imaginarse a Prince escribiendo un verso como “Mantente ocupado porque cuando el diablo venga, vendrá disfrazado de luz” (Muse 2 the Pharaoh).
O escucharlo despedir el disco totalmente desdivinizado, humano y frágil, acosado por la duda, cantando en falsete: “Si llegara tu último diciembre, ¿alguien te recordaría?”.
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