Los héroes invisibles
Las cosas están hechas para ser usadas y los seres humanos para ser amados. Sin embargo, las personas aman infinitamente más a las cosas que a sus seres queridos. Hemos cosificado a las personas y las tenemos o no en consideración dependiendo de sus valores de uso y de cambio. En verdad, pecados capitales encubiertos. Cuando las personas no sirven o no valen, las arrojamos de nuestra memoria como trapos viejos. Las borramos del móvil pero no del corazón porque nunca estuvieron en él. Existen quienes aceptan estas reglas del juego hasta somatizarlas. Son las cosas humanas. Personas que utilizan o han decidido ser utilizadas por otras personas o estructuras y aceptan el yugo de su domesticación como bueyes que hablan. Son muchos los pensadores que han escrito sobre estas servidumbres humanas. Desde Séneca, que decía que no hay esclavitud más vergonzosa que la voluntaria. A Étienne de la Boétie, autor del Discurso de la servidumbre voluntaria, que eleva el autismo social como la clave del éxito de las tiranías.
Desde el respeto al margen de libertad que cada uno crea utilizar, reconozcamos que la contemporaneidad se rige en gran medida por esta tiranía de la cosificación humana. Impuesta y consentida. La mayoría de las estructuras humanas, políticas o empresariales, padecen este mal. Aunque para muchos, los partidos políticos sean su paradigma. Se lo han ganado a pulso. Hace años moderé una mesa redonda en la que un conocido politólogo afirmó que los partidos no son, no pueden, ni deben ser democráticos. El público aplaudió unánimemente. Demostrando que las cosas humanas son un especie viral que se expande a la velocidad de la peste.
Quizá las cosas humanas más injustamente tratadas sean los héroes invisibles que nos permiten confiar en la vida. Te levantas. Abres el grifo y funciona. Pulsas el interruptor de la luz y funciona. Tomas el autobús y llega a la hora prevista. Y así, confiando en las cosas, nos pasamos la jornada sin valorar ni darnos cuenta que detrás de lo pequeño hay grandes personas que lo hacen posible. Son los héroes invisibles que como el sol aceptan pasar por las ventanas más diminutas. Y por los cubos donde arrojas la basura.
Esta semana estuve en Madrid. En el corazón de España. Y estaba sucio. Es miserable culpar de este desastre a quienes han dedicado la vida a esconder tus miserias de madrugada para no ser vistos. Ellos no han traicionado la confianza en el sistema. Ha sido al revés. Ellos se han limitado a ejercer su dignidad como seres humanos. Titulares de derechos. Y cargados de razón porque han demostrado cumplir silenciosamente con sus deberes. La basura que inunda las calles no cabe en los cubos. No es física. Es moral. Y empieza a no caber en el aire que respiramos.
Si todas y todos los héroes invisibles nos sacudiéramos el velo que nos cosifica, este sistema se quebraría por los cimientos. Empezando por limpiarnos la mirada. Aprender a ver al prójimo que ha conseguido que confíes en las cosas infinitamente más que en las personas. Y terminando por invertir esta lógica inhumana como un calcetín, aprendiendo a confiar en ellas aún a riesgo de equivocarte.
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