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La democracia es nuestra

Antonio Manuel Rodríguez

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Me confieso sanguíneamente lorquiano. Su voz escrita me turba la sangre.  Incluso he llegado a sentir la hemorragia venas adentro. Una de sus obras que más me hieren es El Público (1930). Aunque se trata de una pieza teatral, Lorca la calificó como su mejor poema. Un alegato homosexual contra la hipocresía. Sobre el escenario, un armario repleto de máscaras simboliza el teatro en que hemos convertido la vida. Y lo denuncia con un surrealismo tan mordaz en lo que esconde como sensible en lo que enseña. Frágil y asesino como una flor venenosa. Así era la sociedad para Federico. Sencillamente, falsa. Todos los personajes llevan una máscara menos uno: el Hombre 1 que proclama su amor y su homosexualidad delante de El Público compuesto por caballos. Pero su amado, el Director, le advierte que no hay más que máscara y quien se atreva a burlarse de ella será colgado de un árbol como el muchacho de América.

Así me siento tras la enésima representación parlamentaria. Engañado. Todos con sus máscaras para acusarse recíprocamente, sin escucharse entre ellos ni mirarse a sí mismos, sobre un escenario con el acceso y la palabra vetada a los ciudadanos. A diferencia de sus señorías, ni en el Congreso ni en el Senado se nos permite usar el móvil ni hablar a los medios de comunicación.  Cuidado: vaya a ser que se levante cualquiera sin máscara, como la mujer en el pleno del Ayuntamiento de Cádiz, y les diga la verdad a la cara. Que son nuestros empleados. Que trabajan para nosotros. Pero ellos creen que somos caballos y nos han encerrado afuera. Les ha enfermado la mirada y creen vivir en un microcosmos de cámaras y micrófonos en el que sólo habitan ellos. Cuando es justo al revés. No somos caballos. Ni somos El Público. La democracia no son ellos. La democracia es nuestra. Ellos son El Público, ellos los caballos y nosotros quienes llevamos las riendas.

Dejemos de temer a las máscaras. Y digamos la verdad. Que la democracia la ejerce la profesora que se desvive por sus alumnos temiendo ser despedida. El pescadero que se levanta de madrugada para llevar el mejor producto a sus clientes, temiendo que no se lo compren y tirarlo a la basura. El investigador del CSIC que lleva años buscando soluciones científicas para beneficio de la sociedad y ahora teme cambiar el laboratorio por la oficina de empleo. La mujer que sale cada mañana a limpiar cualquier casa porque teme que una noche no haya cena para sus hijos. El médico que no descansa porque teme por la salud de sus pacientes. El joven que terminó sus estudios de bioquímica gracias a su esfuerzo, al de sus padres y a una educación pública en peligro de extinción, que teme no encontrar más trabajo en el extranjero que de repartidor de pollos a domicilio. La empresaria que jamás dejó de pagar sus impuestos y teme cerrar su negocio por lo mucho que le debe la administración. El Juez que declara nula la herencia de Juana porque teme que le quiten la casa por asumir las deudas del asesino de su hija. El artista que no se rinde tras la subida del IVA aunque teme que sus creaciones sigan sin ser valoradas como merecen. El pequeño ganadero que acompaña cada día su rebaño en soledad temiendo que cada día sea el último. La mujer que prefirió no comer esta mañana para pagar su hipoteca y teme ser desahuciada. El enfermo que olvidó quien es el hijo que lo cuida y teme por sus ahorros desde que le privaron de su asignación por dependencia. Los hombres y mujeres que caminan miles de kilómetros por las cunetas reclamando para quienes los miran y temen no ser escuchados por nadie... Ninguno de ellos ni de ellas lleva máscara cuando se deja la piel en su profesión o en sus causas procurando el bien de los demás. Por supuesto que también los hay que no cumplen con su obligación. Como me consta que centenares de concejales y cargos públicos desempeñan con honestidad y altruismo su vocación de servir. Ellos tampoco son noticia. No son El Público. Y, sin embargo, son quienes más padecen un estigma social del que no son culpables directos pero sí sus cómplices por asentimiento. Por eso les pido que no ejerzan del “Pastor Bobo que guarda las caretas”, que se las quiten y no teman ser acusados por los suyos como traidores cuando se las quiten a sus dirigentes. Las siglas o las banderas nunca puedan estar por encima de la soberana libertad del individuo.

A Federico lo mataron antes de ver representado El Público. Pero no antes de padecerlo. Él no llevaba careta. Quizá tampoco los miserables asesinos que ejercieron de pastores bobos. La llevaban quienes dieron la orden de asesinarlo. Como siempre. Lo peor de esta representación cíclica e interminable es que las máscaras han cambiado de intérpretes pero no de personajes. Y que El Público sólo relincha cuando las máscaras le clavan las espuelas en el lomo. Que nadie se confunda. Ellos son El Público: clavémosles las espuelas hasta que relinchen.El Público: 

HOMBRE 1. ¡Basta, señores!

DIRECTOR. ¡Teatro al aire libre!

CABALLO BLANCO 1. No. Ahora hemos inaugurado el verdadero teatro. El teatro bajo la arena.

CABALLO NEGRO. Para que se sepa la verdad de las sepulturas.

LOS TRES CABALLOS BLANCOS.  Sepulturas con anuncios, focos de gas y largas filas de butacas.

HOMBRE 1. ¡Sí! Ya hemos dado el primer paso. Pero yo sé positivamente que tres de vosotros se ocultan, que tres de vosotros nadan todavía en la superficie. (Los TRES CABALLOS BLANCOS se agrupan inquietos). Acostumbrados al látigo de los cocheros y a las tenazas de los herradores tenéis miedo de la verdad.

(Federico García Lorca. El Público)

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