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Berges

Luis Medina

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A lo largo de su historia, el Córdoba no ha tenido mucho roce con la élite del fútbol de nuestro país. Ocho temporadas en primera, un paso fugaz de Kubala como entrenador, y quitarle una liga al Barcelona con un gol de Fermín, cedido por el Real Madrid, gran beneficiado de la hazaña, han sido nuestros hitos.

En cuanto a jugadores, un delantero, Manolín Cuesta, y un central, Paco Jémez, han sido algunas de sus principales exportaciones fuera de un puesto que parece ser nuestra especialidad: El lateral izquierdo. Tejada o Verdugo jugaron, por ejemplo, en el Real Madrid, y Toni Muñoz puede haber sido el jugador más importante salido de nuestra ciudad junto a Paco, si nos remitimos a partidos internacionales. Pero hoy quiero destacar a otro lateral izquierdo, Rafael Berges, cuyo principal logro fue ser campeón olímpico junto a un muy buen elenco de jugadores, entre ellos Guardiola. Jugó muchos años en Primera División, como indiscutible en Tenerife y tuvo su época dorada en el Celta. En el Córdoba lucía melena, que fue retrayéndose con el paso de los años. Era un jugador vigoroso y de recorrido. Bastante completo.

Cordópolis ha publicado una entrevista con Berges enfocada desde el lado personal, y siempre le reconozco un lado humano que particularmente me predispone bien. Y no es que Berges tenga un carácter fácil. No es diplomático, no sabe esconder con facilidad sus pensamientos, y desde la primera vez que coincidí con él lo ví. Esto le puede hacer ser vehemente cuando cree firmemente en lo que defiende o, sencillamente, cuando afecta a sus valores o sentimientos. Aún recuerdo cómo se enfadó conmigo porque yo, desde mi mitad madridista, recordé con amarga ironía los servicios del Tenerife al Barcelona, Gracia Redondo mediante. Él había jugado en aquel Tenerife y tardó unos días en remitir su enfado conmigo. Sin embargo, a mí me ganó su transparencia, su afán por no distorsionar su manera de vivir cuando los focos le ponen en el centro del escenario.

La apuesta del club de acudir a él para sustituir, no ya sólo a Paco Jémez, sino a lo que significaba su apuesta era un clavo ardiendo para el club y un caramelo envenenado para el propio Berges. Lo aceptó. No se le ocurrió rehuir el envite, y se puso a trabajar con su, por otra parte, casi enfermiza obsesión por el fútbol. No sé cuántos partidos ve en un fin de semana. Y además lo hace desde una perspectiva de estudioso.

Por eso, y aunque uno nunca sabe cómo acaban estas cosas, me alegro de que esté viviendo una época de reconocimiento general. De que nadie dude de que está haciendo un buen trabajo. Ha reconducido las dudas del grupo. Ha sabido demostrar que las ausencias de esta temporada, aunque sensibles, no tenían que ser tan influyentes. Ha conseguido involucrar activamente a casi una veintena de jugadores de la plantilla, que entran y salen de las alineaciones sin grandes diferencias. Ha centrado (también en el campo) a Fede Vico y ha conseguido la versión mejor y más regular de Caballero. Ha redescubierto a Renella y ha ayudado a Alberto Aguilar a reencontrarse como central. Lee los partidos correctamente y se ha quitado las etiquetas: tanto las que le auguraban un juego reservón, como las que le hacían una fotocopia de Paco Jémez. Queda claro que es un amante del equilibrio, pero no al estilo Alcaraz, sino desde el balón.

Yo siempre me he declarado proPaco Jémez, y así lo reconozco. Pero me gustaría hacer un reconocimiento a quien se lo está mereciendo semana a semana. Berges ha vuelto a ganarse mi aprecio. Ya lo hizo como persona. Ahora, como entrenador. Ojalá sea él quien acerque la punta de nuestros dedos a la élite. Y lo escribo cuando aún no han transcurrido veinticuatro horas después de una inmerecida derrota en casa contra el Hércules. Esto es muy largo. Y Berges sigue pegado a la banda, como en sus mejores tiempos, pero de otra manera. Suerte.

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