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Sobre este blog

Sergio Gracia Montes es graduado en Derecho por la Universidad de Córdoba. En 2018 impulsa desde Córdoba el Centro de Investigación de la Extrema Derecha (Cinved), con el que analiza y estudia los movimientos populistas y extremistas en España y a nivel internacional. Gracia cuenta con amplia formación en materia religiosa, política y de derechos humanos, e interviene en medios nacionales (Cuatro, La Sexta, Huffington Post, El Independiente, El Confidencial o El Temps) como experto en fanatismos y movimientos de ultraderecha.

La ultraderecha apunta, otro dispara: el odio va con corbata

Grupos de ultras contenidos por agentes de la Guardia Civil y la Policía Local de Torre Pacheco, momentos antes de que todo se descontrolara y acabara en una batalla campal.

Sergio Gracia

7 de agosto de 2025 20:02 h

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Escribir cada día sobre las campañas de odio llevadas a cabo por la ultraderecha, la retórica proyectada o los modus operandi utilizados, es más complejo y complicado. Y no es por falta de ejemplos, sino por exceso.

La velocidad con la que estos partidos, grupos o movimientos generan nuevos escándalos, provocaciones o ataques contra personas, colectivos, bienes u organizaciones convierte en obsoleto cualquier análisis en cuestión de horas. Donde lo que hoy es indignante, mañana es reemplazado por una barbaridad aún más ruidosa.

Si lo sucedido en Torre Pacheco pensábamos que sería el último acto miserable de la extrema derecha hacia los inmigrantes o cualquier otro colectivo que no encaje en su ideario, estábamos muy equivocados. Cada semana que pasa, podemos añadir un nuevo caso a la larga lista de actos y acciones llevadas a cabo por grupos de extrema derecha o neonazis ocultados tras la masa social, donde lo justifican por buscar la seguridad en la calle.

Si en este país un grupo ha dado palizas y ha matado por diversión, esos han sido los grupos neonazi. Nombres como María Norma Menchaca, Sonia Rescalvo, Arturo Ruiz, Guillem Agulló, Yolanda González, Hassan Al Yaham, Susana Ruiz, Carlos Palomino o Lucrecia Pérez son algunos de los asesinatos. A estos también podríamos añadir personas sinhogar o el del anciano de 60 años Gabriel Doblado Sánchez, asesinado por 6 jóvenes de entre 16 y 24 en 1995.

Antes de Torre Pacheco hemos vivido casos similares en El Ejido, Cartaya, Peal de Becerro, Irún, Madrid, Barcelona o Mancha Real. Lo que estamos viviendo hoy no es nuevo, recordemos que en el año 2020, un grupo juvenil denominado Antas Klan, se dedicaba a predicar el odio contra los musulmanes. El grupo neonazi decía tener tomado “el control” del municipio para atajar la inseguridad que vinculaba directamente con la comunidad islámica.

Esta hiperactividad de actos y acciones no es casual, es una estrategia para colapsar la capacidad de respuesta social, buscando con ello anestesiar el pensamiento critico y “drogar” a la sociedad ante los abusos y el ataque a los derechos humanos.

Las corbatas verdes —símbolo del poder conservador más reaccionario— (con el beneplácito de un sector de la justicia), se han convertido en las principales instigadoras y difusoras de bulos, encontrando en las redes sociales un altavoz perfecto para propagar odio.

Hoy en día, ante la pasividad de un amplio sector de la justicia, vemos como atacan desde sus púlpitos digitales, canales de Telegram o altavoces políticos a inmigrantes, feministas, musulmanes, sindicalistas o periodistas, donde venden fake news disfrazadas de información legítima.

Atacan a esos a que no encajan en sus rígidos moldes sociales. Hoy no encajan ellos, mañana no encajaras tú. La hoja de ruta marcada busca generar miedo, dividir a la población y reforzar sus propios privilegios. En vez de proponer soluciones reales, se centran en señalar culpables imaginarios, perpetuando prejuicios que debilitan la convivencia y la democracia.

Sus ataques van dirigidos a deshumanizar al más débil, convirtiéndolos en amenazas, donde venden que la cultura, los valores o el bienestar están en peligro, los problemas se atribuyen a una amenaza externa, convirtiendo a el “otro” en culpable de todos los males, facilitando un discurso de persecución.

La ultraderecha no ordena disparar, pero señala con precisión. Las balas de hoy son las palabras. No hace falta levantar un arma para desencadenar violencia. Basta con repetir, una y otra vez, quién “nos está quitando” la patria, el trabajo, la libertad o la masculinidad. Con esa retórica, la ultraderecha ha perfeccionado una maquinaria simbólica que convierte al disenso en amenaza y a la diversidad en conspiración. Cada palabra es un eslabón. Cada bulo, un cartucho. Cada mitin, una mira telescópica.

El objetivo es claro: crear un clima en el que alguien, tarde o temprano, se sienta autorizado a pasar de la palabra al acto. Donde aparezca “un elegido” para salvar a la Patria de todos sus males, que busque que lo conviertan en mártir y ejemplo a seguir. En los canales de Telegram podemos leer llamadas directas a la violencia. Una batalla imaginaria donde cada seguidor debe estar “preparado”.

La violencia simbólica ha dejado de ser simbólica. Se ha pasado de la palabra a la acción de forma directa, donde cualquier persona que ande por la calle o esté trabajando puede ser presa fácil de esa cacería.

La ultraderecha ha aprendido a usar el lenguaje como escudo: nunca dicen “mata”, pero sí “defiéndete”. Nunca dicen “odia”, pero sí “abre los ojos”. Las palabras no matan, pero crean el contexto donde otros se sientan con derecho —incluso con deber— de hacerlo.

El día que alguien se lleve por delante a una persona, aparecerá en escena el arte de lavarse las manos. Ese día, la reacción del líder mesiánico y su coro de palmeros será casi coreografiada. Ese líder aparecerá trajeado, con una camisa 2 tallas más pequeña de lo normal, donde condenará “todo tipo de violencia” mientras insiste en que el verdadero problema es “la inmigración descontrolada” y la “inseguridad”. Donde llevará a cabo una pirueta circense buscando desviar el foco, combinando para ello hipocresía y cinismo. Donde negará el efecto de su discurso, pero seguirá justificando la causa.

La pistola la ha disparado otro. Pero estaba cargada. Y alguien se encargó de apuntar.

El precio del discurso impune pone la democracia en jaque, donde los que la quieren destruir utilizan las herramientas democráticas para instalarse en sus Instituciones. La paradoja democrática es que permite la expresión de quienes no creen en ella.

Lo más preocupante no es solo la mentira, sino el impacto que tiene. Estas narrativas contribuyen a deshumanizar al otro, a fomentar la polarización social y a justificar políticas regresivas. Se crea un enemigo común para distraer la atención de los problemas estructurales y la ineptitud e incompetencia de quien está ostentando cargo público, y no ha trabajado en su vida.

La culpa siempre es del de abajo, nunca del que lleva la corbata bien anudada a pesar de ser los mayores criminales de la historia.

Detrás de esta estrategia hay también un negocio muy rentable. El odio genera clics, los clics generan ingresos, y esos ingresos financian medios alternativos, influencers políticos y campañas.

Cada vez que se tolera un discurso que degrada, que siembra odio, que convierte al otro en enemigo, se debilita el espacio común. No se trata de censura, sino de responsabilidad. Porque los derechos no sólo se pierden con golpes de Estado, sino también con miles de microdisparos diarios: en redes, en medios, en discursos institucionales o en campañas políticas.

Hoy no hay camisas azules, pero si corbatas. Hoy las balas pueden llevar corbata, memes o likes. Pueden reírse mientras apuntan. Pueden negarlo todo mientras señala a todos. Pero hay una certeza incómoda: no necesitan disparar. Ya hay quienes lo harán por ellos.

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Sergio Gracia Montes es graduado en Derecho por la Universidad de Córdoba. En 2018 impulsa desde Córdoba el Centro de Investigación de la Extrema Derecha (Cinved), con el que analiza y estudia los movimientos populistas y extremistas en España y a nivel internacional. Gracia cuenta con amplia formación en materia religiosa, política y de derechos humanos, e interviene en medios nacionales (Cuatro, La Sexta, Huffington Post, El Independiente, El Confidencial o El Temps) como experto en fanatismos y movimientos de ultraderecha.

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