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Sobre este blog

Sergio Gracia Montes es graduado en Derecho por la Universidad de Córdoba. En 2018 impulsa desde Córdoba el Centro de Investigación de la Extrema Derecha (Cinved), con el que analiza y estudia los movimientos populistas y extremistas en España y a nivel internacional. Gracia cuenta con amplia formación en materia religiosa, política y de derechos humanos, e interviene en medios nacionales (Cuatro, La Sexta, Huffington Post, El Independiente, El Confidencial o El Temps) como experto en fanatismos y movimientos de ultraderecha.

Descabalgar a Trump y Netanyahu: la maquinaria global del odio

Donald Trump (izq) estrecha la mano del primer ministro Benjamín Netanyahu (dcha) en la Knéset, en Jerusalén, el 13 de octubre de 2025.

Sergio Gracia

27 de octubre de 2025 20:02 h

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En el tránsito del siglo XX al XXI, el autoritarismo ha mutado más que desaparecido. De regímenes como los de Saddam Hussein o Muammar al-Gaddafi donde ambos fueron aniquilados en nombre de la libertad, el poder ha adoptado nuevas formas dictatoriales disfrazadas de democracia formal. Los salvapatrias nunca fueron tal, y siempre enarbolaron la bandera de la libertad para llevar a cabo una guerra. Hoy esos salvapatrias, se autodefinen como elegidos de Dios o el pueblo elegido por Dios para llevar el terror a los rincones del mundo, para dar golpes de estado o para sostener gobiernos autoritarios.

Hoy en día sus máximos exponentes son, aunque no son los únicos, Donald Trump y Benjamín Netanyahu. Trump y Netanyahu representan la versión contemporánea del radicalismo político. Populismos autoritarios sustentados por el miedo, la polarización y la manipulación digital de masas, además de la inestimable ayuda, de periodistas vendepatrias, que cada vez que pueden actúan de marea servil y mamporrera en una rueda de prensa pidiendo que actúen de forma directa sobre nuestro país.

En la era de la globalización, descabalgar el autoritarismo no implica únicamente derrocar dictaduras visibles, sino desmontar los mecanismos discursivos, mediáticos y tecnológicos que perpetúan el poder de los nuevos caudillos.

Hoy el odio se viste de democracia. Ya no se presenta con botas ni brazaletes, sino con corbatas, banderas y campañas de comunicación. Donald Trump y Benjamín Netanyahu son los rostros más visibles de una mutación del autoritarismo contemporáneo: una que no se impone desde fuera del sistema, sino que parasita sus instituciones, sus medios y su lenguaje moral.

El nuevo rostro del autoritarismo

El nuevo rostro del autoritarismo ya no grita desde la calle, aunque de vez en cuando saque a sus perros para infundir miedo a minorías o disidentes. Hoy el odio legisla desde los parlamentos. Los Trump, Netanyahu, Meloni, Abascal o Milei representan una democracia degradada, donde las instituciones se vacían de ética y se llenan de resentimiento, donde el miedo es la principal herramienta de cohesión.

Trump lo vistió de patriotismo y nostalgia; Netanyahu, de seguridad y venganza. Pero la raíz es la misma: políticas construidas sobre el enemigo interno, sobre la ficción de una identidad nacional en permanente amenaza. El mal, hoy, no necesita abismos: le basta con un plató de televisión, una red social o una sala de prensa donde los periodistas no puedan hacer su trabajo libremente, informar. Uno los señala o los despide, el otro los asesina. Esta es la hoja de ruta para el resto de acólitos.

La estetización de la crueldad

Estamos ante individuos que no son anomalías; son síntomas de un sistema político que ha aprendido a institucionalizar la crueldad. Trump dinamitó el marco democrático estadounidense apelando a una épica del resentimiento: el mito del pueblo blanco “robado” por las minorías a las que hoy ataca como inmigrantes, feministas o globalistas. Netanyahu llevó esa lógica aún más al extremo, donde normalizó el castigo colectivo, el uso del terror como política de Estado, y la retórica religiosa como blindaje moral.

El autoritarismo contemporáneo no necesita ni uniformes ni estatuas. Es disfrazado de “voluntad popular”, utilizando el lenguaje de la libertad para justificar el control. Lo que antes se imponía con tanques, hoy se construye con algoritmos, donde las campañas explotan emociones, los medios dividen y las redes fabrican enemigos para mantener la cohesión de sus seguidores.

Ambos líderes han modificado las reglas del juego, donde el poder del S.XXI se disputa en la estética. Trump transformó la agresión en espectáculo, mientras Netanyahu convirtió la guerra en narrativa televisiva. Su violencia no es clandestina, sino escenificada, una coreografía de fuerza, un acto de propaganda continua donde cada insulto o bombardeo se convierte en performance. Dejando a una sociedad insensibilizada y anestesiada ante al abuso y el dolor, donde para muchos, resulta más importante sumar seguidores que cuestionar el abuso, donde es más atractivo un video viral que una denuncia coherente. Donde buena parte de la juventud parece más preocupada por el algoritmo que por la ética.

Esto es la consecuencia directa de un sistema que premia el ruido sobre la reflexión, la imagen sobre el contenido, y el like sobre la conciencia. Donde el resultado de todo es una política sin empatía, una pedagogía del desprecio que se replica en memes, discursos, titulares y votos. Donde la crueldad se vuelve normal y el asesinato de personas se vende como espectáculo por turoperadores.

El laboratorio del miedo

Cada época tiene su pedagogía del terror. Hoy, el enemigo es múltiple: el migrante, el musulmán, la mujer libre o el periodista incómodo.

Hoy Trump y Netanyahu han movido el extremo al centro. Han desplazado lo éticamente humano. Han legitimado el racismo, el abuso y el dolor, la manipulación y la mentira como estrategias legítimas del poder.

El verdadero triunfo del autoritarismo no es la dictadura, sino la normalización de la excepción a través de las herramientas democráticas. Donde el “orden” que prometen se basa en el caos emocional.

Estamos ante individuos, estos y otros, maestros y discípulos, que administran la ansiedad global, fabrican la amenaza y venden la protección. Es el capitalismo emocional de la era del algoritmo.

La banalidad mediática del mal a través de los teléfonos

La violencia ya no se oculta: se retransmite. Trump lo comprendió con cada tuit; Netanyahu, con cada comparecencia. Ambos dominan la lógica del ciclo mediático: provocar, saturar, olvidar. El horror, cuando se vuelve rutina, pierde su capacidad de escandalizar.

Lo que circula por los teléfonos y las redes define la agenda antes que cualquier debate legislativo, convirtiendo los discursos de odio, la desinformación y la manipulación emocional en armas de conquista.

Cada trending topic borra el anterior. Cada imagen de dolor compite con mil distracciones. Así se fabrica la impunidad moral del presente: la del ciudadano cansado, saturado, anestesiado.

Por eso, descabalgar a Trump y a Netanyahu no es una cuestión de urnas, sino de reeducar la sensibilidad democrática. No basta con derrotar a los líderes si seguimos reproduciendo sus lógicas: la del miedo, la mentira y la indiferencia.

Desmontar la maquinaria global del odio implica restituir la verdad como valor político, la empatía como práctica pública y la justicia como horizonte común. La democracia no se defiende solo con leyes, sino con una ética cotidiana: la de no aceptar que la barbarie pueda justificarse en nombre de la libertad.

Descabalgar el autoritarismo ya no significa derrotar a regímenes, sino desmontar narrativas. Implica recuperar el sentido crítico, defender la verdad frente al ruido, y exigir responsabilidad a quienes convierten la política en espectáculo.

El reto de nuestro tiempo no es solo detener a los autoritarios, sino desarmar su lógica: la de la desconfianza, la del miedo, la del enemigo perpetuo. Descabalgar al odio no es una consigna: es un acto de supervivencia moral.

Porque la historia enseña que los monstruos siempre regresan, pero nunca lo hacen solos. Hoy llegan con cámaras, hashtags y votos. Y solo se marcharán cuando la sociedad recuerde que la dignidad humana no se negocia, se defiende.

Por todo esto, la resistencia no puede limitarse a denunciar. Debe disputar el sentido, el relato, la emoción. El miedo cohesiona mejor que la esperanza. Cuando la seguridad se convierte en mercancía, la democracia se convierte en fachada.

Sobre este blog

Sergio Gracia Montes es graduado en Derecho por la Universidad de Córdoba. En 2018 impulsa desde Córdoba el Centro de Investigación de la Extrema Derecha (Cinved), con el que analiza y estudia los movimientos populistas y extremistas en España y a nivel internacional. Gracia cuenta con amplia formación en materia religiosa, política y de derechos humanos, e interviene en medios nacionales (Cuatro, La Sexta, Huffington Post, El Independiente, El Confidencial o El Temps) como experto en fanatismos y movimientos de ultraderecha.

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