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'Tano' Pierini, de la casualidad a la historia

Paco Merino

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“¿Que me vaya para allá? ¿Pero qué me estás contando? ¿El Córdoba? ¿Que va el último?”. El italiano Alessandro Pierini no daba crédito a la historia que le contaba desde el otro lado de la línea telefónica el argentino Cristian Álvarez, ex compañero suyo en las filas del Racing de Santander que acababa de aterrizar en El Arcángel. A un equipo de Segunda que había consumido ya tres entrenadores y era protagonista del arranque más cochambroso que jamás se haya visto: 6 puntos sobre 54 posibles. Un horror. Pero el bonaerense le insistía: “Vente, Tano. Están armando el equipo. ¡Nos vamos a salvar!”. La llamada, repleta de argumentos pasionales y sin un atisbo de lógica, no terminaba de convencer a un Pierini no era ni mucho menos titular en la escuadra de El Sardinero. El granadino Lucas Alcaraz, responsable en el equipo cántabro, sólo recurría a él cuando no tenía más remedio. Pocas veces. La verdad es que no le iban las cosas demasiado bien... Pero era Primera División. “Si ganamos los dos próximos partidos, ¿te vendrías?”, le soltó como anzuelo Cristian. Y el defensa toscano, quizás por zafarse de la presión verbal o vaya usted a saber por qué, le dijo lo que le dijo: “Sí”.

El Córdoba ganó en el Nuevo Zorrilla de Valladolid por 0-1. Gol de Cristian Álvarez. A la semana siguiente, doblegó al Tenerife por 2-0. También marcó el argentino. Cuando volvieron a llamar a Pierini ya había un argumento de peso sobre la mesa. El Córdoba quería al italiano para emprender una cruzada heróica: la mayor remontada para la salvación en toda la historia del fútbol profesional en España. A Pierini le ofrecieron un buen contrato y un desafío deportivo de primera magnitud. Y se enganchó. Tanto que permaneció en el club blanquiverde durante cinco temporadas consecutivas, hasta el día de su retirada como jugador. Fue un ídolo para los aficionados, lució los galones de capitán en el día de su adiós y dejó grabado su nombre como el extranjero con mayor impacto en la era moderna de la entidad.

Por cierto, que aquella temporada 2004-05 acabó con la confirmación de un doloroso descenso. El equipo hizo 40 puntos en la segunda vuelta, números de campeón, y cerró el ciclo con más de quince mil personas aplaudiendo en su hundimiento en casa, tras un singularísimo encuentro ante el Valladolid (3-4). Y allí estuvo Pierini. Aunque dos años después el equipo regresó a la división de plata. Y ahí también lució la figura del italiano, que firmó una jugada cuyo recuerdo activa una corriente de emoción indefinible. Un remate de cabeza majestuoso, elevándose como un dios por encima de los mortales, abrió la senda de la redención para el Córdoba CF en la batalla final ante la Sociedad Deportiva Huesca (2-0). Luego llegaría la sentencia en El Alcoraz y la fiesta brutal en Las Tendillas. Aquella acción cinceló en el cordobesismo una huella para la eternidad.

Alessandro Pierini (Viareggio, 1973) llegó a Córdoba en el mes de enero de 2005. Ni él ni su esposa podían imaginar un destino similar: el equipo que cerraba la tabla de Segunda División. Una institución enloquecida, donde el dinero corría más que los futbolistas. Un sinsentido construido por buenas intenciones y malas prácticas. En la Liga 2004-05, el club compuso una plantilla para aspirar al ascenso a Primera. Intentarlo, al menos. Se conmemoraba el cincuentenario de la fundación del club y alguien pensó que sería buena idea construir un proyecto costeado y pinturero, que desterrara de una vez por todas la imagen de los blanquiverdes como una banda sin ton ni son. ¿El resultado? Descenso y ruina. En ese increíble lugar aterrizó Pierini. El zaguero toscano siempre había estado en formaciones de élite desde su debut como profesional. Llegó a El Arcángel por pura casualidad y acabó convirtiéndose en el ídolo de una afición que valoró su fidelidad a una profesión, su orgullo de calciatore, su ética de trabajo.

Pierini empezó a destacar en el Udinese y vivió su momento de mayor esplendor en la Fiorentina, con el que ganó la Copa de su país en el 2000. Giovanni Trapattoni, seleccionador italiano, lo convocó para la selección absoluta. Debutó con la azzurra en un amistoso ante Argentina, compartiendo línea con Fabio Cannavaro y Maldini. La vida le sonreía y desde la Premier League le llegó un guiño. Le quería fichar el West Ham United. Sin embargo, problemas de lumbalgia le impidieron pasar el reconocimiento médico y el club inglés le descartó. Desde entonces, nada fue igual. Un año desastroso con la Fiorentina precedió a una romería de traspasos. Recaló en el Regina, después en el Parma, regresó al Udinese y de ahí lo enviaron al Racing de Santander, en España. Tenía ya 31 años. Luego, al Córdoba. En nueve meses jugó en las tres categorías del fútbol español: Primera, Segunda y Segunda B. Ya maduro, con la familia subiendo al primer puesto del ranking de prioridades vitales, el Tano decidió echar raíces. Y aquí, en El Arcángel, recuperó sensaciones perdidas y alcanzó el rango de capitán. Se vio otra vez fuerte e importante.

En el Córdoba experimentó sensaciones al límite. Lloró por un descenso y rió por un ascenso. Disfrutó de los sueldos altos y de los recortes. Conoció los campos de Baza, Villanueva de Córdoba, Cerro de Reyes... Un tour por el fútbol profundo que ejerció en él una fuerza estimulante. Cuando el Córdoba salió de la Segunda B, aquel año en el que Javi Moreno era el estandarte, Pierini continuó jugando a un nivel notable. El equipo, fiel a su costumbre, seguía sufriendo para encadenar salvaciones apuradas. En la última temporada como futbolista en activo quedó demostrado de qué pasta está hecho El Tano. Con 35 años cumplidos, fue titular indiscutible y actuó en 39 de las 42 jornadas. Marcó, además, seis goles. Los mejores números de toda su carrera profesional. Su entrenador por entonces era Lucas Alcaraz, precisamente aquel que tuvo en el Racing de Santander y que en su día le abrió la puerta para que se marchara al Córdoba.

El destino quiso que protagonizara al lado del granadino, como ayudante, su ingreso en el gremio de los entrenadores. Y ahí anda ahora Pierini, buscando su porvenir en la jungla de los banquillos. Estuvo en el Córdoba B, en Tercera, y se le torcieron las circunstancias de mala manera. El equipo tenía personalidad, pero los resultados no llegaban. Los jugadores estaban con él. Le expresaron sus sentimientos en una emotiva carta de despedida. Pierini era un jefe moderno, de esos que no creen en las pirámides de poder y van más en la línea de los entornos colaborativos y la transversalidad. El encorsetado mundo del fútbol todavía está muy lejos de eso. El Córdoba le agradeció los servicios prestados y colocó en lugar a Rafa Berges, que terminaría escalando hasta la primera plantilla.

En verano del 2012 llegó al Club Deportivo Ronda, una entidad arraigada en el fútbol malagueño (datan su fundación en 1923) que sólo ha superado una vez la barrera de la Tercera División. Exactamente ahí le pidieron al joven entrenador italiano que la dejara. Una exigencia clara, sin dobles discursos ni planes ocultos. Pierini cumplió. “Soy exigente conmigo mismo y ese nivel de exigencia es el quiero transmitir a mis jugadores. Tenemos que entrenar como su fuéramos un equipo de Primera División porque ésa es la única forma de llegar a conseguirlo. Yo quiero llegar a ser entrenador de Primera y quiero que mis jugadores piensen lo mismo, y para ello la mejor herramienta que tenemos todos es el trabajo diario”, afirmó El Tano a los periodistas a su llegada a la capital de la comarca de la Serranía de Ronda. Hizo su trabajo y se marchó. Ahora aguarda un nuevo destino.

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