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Un partido y un abrazo

Alejandro González abraza a Carrión en Antequera | MADERO CUBERO

Paco Merino

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Primera jornada. Derrota en casa y dudas en el entorno. A Carrión le vuelven a caer críticas desde todos los frentes. Antiguamente -no hace tanto- largaban de uno en el periódico, las emisoras y alguna tele local. Y en el estadio, obviamente. Unos minutos de bronca y a casa. Ahora te ponen a parir a través de las redes sociales, incluyendo las gestionadas por el propio club, con una comunidad que alcanza el cuarto de millón de seguidores. Los malos tragos dejan regusto durante más tiempo del que se quisiera.

Al Córdoba no le salieron los planes ante el Cádiz y, claro, todos apuntaron otra vez al blanco fácil: Carrión. El catalán encarna una tradición en el Córdoba. Nadie puede negarle sus servicios a la causa blanquiverde. Logró ascensos como jugador -el recordado a Segunda en Huesca, el del “175, ven y cuéntanos” en El Alcoraz- y como entrenador del filial a Segunda B, haciendo los mejores números de la historia. También estuvo como segundo de Ferrer en el increíble salto a Primera. Sabe de qué va esto. Pero la hoja de servicios no vale para nada. Desde el minuto cero está bajo sospecha. Le pitan porque es malo salvo que demuestre lo contrario. Y a veces, ni eso le sirve.

Después de once victorias consecutivas -tres al final de la Liga y ocho (todas) en pretemporada-, Carrión obtuvo una tregua. Cualquier otro entrenador -no hace falta dar nombres, a la memoria vienen unos cuantos- hubiera utilizado las estadísticas para blandirlas ante sus detractores, para airearlas usando a algún amiguete de la prensa o para alardear sin miramientos. Pero Carrión hizo como Richard Gere, que mantiene el mismo gesto ya esté protagonizando un drama o una comedia. Siguió a lo suyo.

No se oyeron chiflidos de reprobación cuando le nombraron en la presentación por la megafonía. Un éxito. El personal más crítico decidió que había que pasar página y Carrión pudo respirar hondo en El Arcángel. Pero resulta que en menos de medio minuto, el Córdoba ya iba perdiendo. No remontó, por lo que vuelve a haber motivos para tirarle dardos a un entrenador muy de club, que está soportando -se supone que con sufrimiento, aunque eso lo queda él para sus adentros- el peso de errores propios y ajenos. Le va a costar quitarse las etiquetas.

A Carrión se le escucha hablar claro -todo lo que permiten las circunstancias en este lugar, donde cada palabra está fiscalizada por propios y ajenos- en la sala de prensa, donde no se agarra a la irritante costumbre de explicar las victorias con asuntos futbolísticos y justificar las derrotas con aspectos psicológicos o emocionales. Los “no estuvimos centrados”, “sentimos la presión” o “se notaron los nervios” no suelen ir con él. Si el equipo o una línea o un jugador o él mismo la han pifiado, pues se dice y no pasa nada.

Carrión es un tipo honesto. Aunque en lo de los banquillos profesionales está casi empezando, posiblemente sea el mejor entrenador que puede tener el Córdoba en estos momentos. Le van a seguir dando fuerte y flojo en este curso de objetivos difusos, de partido a partido y rechinar de dientes. Si le proporcionan algún refuerzo más de calidad y le dejan trabajar, Carrión puede llevar muy bien al Córdoba a pelear por subir, pero los dos primeros meses serán cruciales porque en Córdoba hay poco aguante con los inicios turbios. No hace falta que se lo expliquen a Carrión, que ya ha vivido lo suyo.

Los dueños le quieren mucho, algo fundamental a la hora de construir la imagen pública de un Carrión que apenas mantiene contacto con el universo mediático local -directrices del club- y que padece, por delegación, las fobias de un amplio sector del cordobesismo hacia la propiedad. Este miercóles, el presidente Alejandro González apareció en la Ciudad Deportiva y abrazó en público a Luis Carrión. Igual que lo hizo antes del primer partido de la pretemporada en Antequera. En el fondo de la grada se leía una pancarta: “Es tiempo de unión”.

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