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Clavero, el héroe del 30-J que se fue para no volver

Paco Merino

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Cuando no hay éxitos que llevarse a la boca -que suele ser lo más corriente-, el cordobesismo se suele entregar con una veneración conmovedora al ejercicio de la nostalgia. Dentro de su particular devocionario cuenta con dos fechas recurrentes, dos momentos que definen su historia. Dos ascensos. Los títulos de los pobres. El 1 de abril de 1962, la entrada en Primera División y el inicio de la edad de oro del club. El 30 de junio de 1999, la salida del infierno de la Segunda B después de más de tres lustros y el retorno al mapa del fútbol profesional. Del primero se guardan unas cuantas fotografías amarillentas, un balón de cuero y el testimonio de señores mayores que convirtieron aquella historia en una leyenda contándosela a sus hijos y a los hijos de sus hijos. Del segundo queda el recuerdo de una conmoción sin precedentes en la ciudad, una orgía de pasiones desatadas en una generación de jóvenes que se habían criado viendo por partidos por televisión y coleccionando estampas en las que nunca salían futbolistas del Córdoba, el equipo de su tierra.

En aquellos tiempos era motivo de orgullo que un partido disputado por el Córdoba apareciera en la quiniela. Que alguien te nombrara. Que tu nombre figurara escrito en un papel al lado del de equipos de renombre. A ese nivel estaba el Córdoba. Muchos años de orgullo pisoteado, de dinero tirado, de ilusiones rotas, de envidia por ver el progreso de los vecinos y la perpetua desgracia en la casa propia. Aquello explotó un 30-J del 99. Han pasado 14 años. En los últimos días lo han recordado los aficionados en las redes sociales, compartiendo anécdotas, fotografías y fetiches. Volviendo a vivirlo. Preguntándose dónde estaban aquella increíble tarde en la que el Córdoba, contra todo pronóstico y lógica -el rival era favorito, jugaba ante su público, y el club blanquiverde estaba arruinado y con muchos futbolistas buscándose el porvenir-, le hizo un corte de mangas al destino. Aquello fue realmente grande. Y ahí estaba Rafa Clavero (Córdoba, 1977), un fijo en aquel equipo que venció en Cartagena por 1-2 y desató un movimiento -la Cordobamanía- que todavía perdura. Cordobés como cinco miembros más de aquella alineación titular mítica. Leiva, Requena, Juanito, Soria, Clavero, Ramos, Puche (Espejo), Pedro Aguado, Loreto (Nandi), Rafa Navarro y Óscar (Lanza). Goles de Ramos y Óscar. Vencieron. La fiesta en Las Tendillas fue bestial. Allí bailó Rafa Clavero, que había disputado 35 partidos en el campeonato. Fue feliz con los suyos. Fue la última vez. Se marchó. Nunca volvió a jugar en el Córdoba.

Rafa Clavero se forjó en la factoría del Enrique Puga, con los colores rojinegros del Séneca. No brillaba tanto como algunos compañeros de generación, pero tenía todos los ingredientes para hacer carrera en el fútbol. Como un alumno aplicado, pulía sus condiciones naturales para convertirlas en virtudes apreciadas cuando se trata de fútbol profesional. De resultados, para entendernos. El jogo bonito es fenomenal, pero el jogo eficiente es oro puro. Y eso lo tenía Rafa Clavero, que como lateral zurdo garantizaba unas prestaciones más que notables. No resultó extraño que fuera uno de los talentos locales que reclutó el Córdoba en una de sus etapas más enloquecidas, a finales de los noventa, después de la primera espantada de Rafael Gómez de la presidencia y la instauración de una economía de guerra. En aquella situación de agobio permanente germinó uno de los grandes milagros deportivos que se hayan producido en Córdoba.

Clavero llegó en 1997 y se encontró con el caótico escenario habitual. Cuatro entrenadores desfilando por el banquillo, fichajes de corte exótico -el finlandés Kay Nyssonen, el húngaro Gabor Bukran...- y una tesorería con telarañas. Y entonces ocurrió. Ante el vacío de poder, una junta gestora tomó medidas drásticas: llamó al entrenador de siempre -Pepe Escalante, un clásico- y envió a los chavales de la cantera a primera línea de fuego. Sin cobrar -hubo un encierro- se clasificaron para el play off; después de perder por 5-0 en El Ferrol parecía que todo se había acabado. Tenían que ganar los tres últimos partidos de la liguilla. Y los ganaron. Para entonces, algunos futbolistas tenían apalabrado su destino en otros clubes. Entre ellos, dos ídolos: José Luis Loreto, que se fue al Cádiz, y Rafa Clavero, que fichó por el Mérida. Dos buenos destinos en Segunda, el mismo sitio al que habían conducido al Córdoba después de 17 años en el fango.

¿No pudo volver nunca Rafa Clavero al Córdoba? Los aficionados se lo preguntaban cada verano. Hubo algún intento por parte del club, pero... Cuando el Córdoba estaba arriba (en Segunda), Clavero lo estaba más (en Primera). Y cuando el jugador estaba con un caché más asequible, el Córdoba pasaba instantes de penuria extrema. La cuestión es que los caminos nunca se encontraron. Clavero ha jugado catorce temporadas consecutivas como profesional, cuatro en Primera y diez en Segunda. Tras salir de El Arcángel (antes había pasado por el Montilla) vivió un año duro en el Mérida: el equipo realizó una campaña notable, pero perdió la categoría por razones económicas.

Su entrenador, Paco Herrera, se marchó al Numancia y se lo llevó con él a Primera División. Y padeció otro descenso a Segunda. Alcanzó la estabilidad en el Real Murcia, con el que fue una pieza clave en el ascenso a Primera División en 2003. En aquel campeonato tuvo la ocasión de compartir la experiencia precisamente con José Luis Loreto, ex compañero en el Córdoba aquel día glorioso del 30-J. Dos cursos en Osasuna -con clasificación para la Copa de la UEFA y una final de Copa del Rey perdida ante el Betis- pusieron fin a su trayectoria en la élite, iniciando entonces un suave declive a los 29 años con tres cursos en el Tenerife, dos en el Cartagena y dos más en la Sociedad Deportiva Huesca, todos ellos en Segunda. Con 36 años, anunció hace unos meses su retirada. Sin embargo, sonó su teléfono. Le llamaban de un club de su tierra, el Lucena. Un modesto de Segunda B. Dijo que sí. Y en la temporada 13-14, Rafa Clavero, tal y como viene haciendo cada año desde que tenía 9, afrontará una nueva temporada.

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