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Stop suicidios

Víctor Molino

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Hablar del suicidio es necesario. Conviene saber algo sobre el asunto. Ante todo, para evitar una epidemia. Porque, ¿qué se conoce realmente? ¿Es oportuno concederle un carácter noticioso de envergadura? En realidad, sí. Pero con otro enfoque.

Los medios comunicación españoles parecen haber cruzado una frontera cuya dimensión, aunque no muy notoria por el número de siniestros mortales (menos de una decena) por el momento a raíz de los desahucios bancarios, tiene una consecuencia terriblemente dramática que adquiere dimensiones familiares y sociales.

Cada cuarenta segundos muere una persona en el mundo por un suicidio. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), en los últimos cincuenta años las tasas de defunciones por este motivo han aumentado un sesenta por ciento.

Según la misma organización, el suicidio supuso el 1,8 por ciento de la carga global de morbilidad en 1998. En 2020, la OMS estima que representará el 2,4 en los países con “economías de mercado y en los antiguos países socialistas”.

El suicidio es una de las tres primeras causas de defunción entre personas con edades comprendidas entre los 15 y los 44 años y la segunda, entre individuos cuyo margen de vida se comprende entre los 10 y los 24 años. En estas cifras no se incluyen las tentativas.

Con estos datos, desde la OMS, que llevan varios años advirtiendo sobre la gravedad que supone dicho acto, proponen varios desafíos. A nivel mundial, matiza, la prevención del suicidio es una “necesidad que no se ha abordado de forma adecuada”. Aluden a una “falta de sensibilización” sobre la importancia de dicho “problema”.

De igual manera, apuntan a que debe mejorarse la “fiabilidad de los sistemas de certificación y notificación”. Y, por último, consignan que su proceso profiláctico “exige” un enfoque “innovador, integral y multisectorial” que implique al sector sanitario con el educativo, legislativo, político y de medios de comunicación.

Desde los medios hay que reflexionar sobre los mensajes diarios. Al margen de lo que dictaminen los libros de estilo, que siempre hay que consultar, desde los canales de difusión hay que sopesar con mimo la relevancia de estas informaciones.

Porque uno de los deberes de los medios, por su carácter de servicio, reside en la formación y no en la deformación del entorno. Sin que se caiga en la cuenta, el volumen de informaciones de tono pesimista (todos debemos entonar el mea culpa) que se difunden no contribuye precisamente a aminorar dicho problema.

De la misma manera en que se han constituido plataformas en pro de los derechos de los ciudadanos y éstas se defienden en portadas, por conciencia colectiva, desde los medios informativos también se debería apostar por defender un “stop” al terrible drama del suicidio.

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