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Los Goya

Víctor Molino

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La gala de los premios Goya es necesaria y a la vez prescindible. La ceremonia televisada el pasado domingo, una vez más, ha sembrado la discordia entre quienes admiran el cine español y se sientan a ver un espectáculo con relativa pasión que gira en torno a este y quienes lo repudian, precisamente, por el uso que se da a un acto que se pretede como la fiesta para el mundo de la ficción.

Los Goya es de uno de los eventos que, por suerte o por desgracia, cada año suma más adeptos en los bandos de seguidores y detractores. El que consume cine español y sabe valorarlo, se acerca a la ventana indiscreta de la televisión para contemplar con cierto morbo quién o quiénes resultan los más destacados del planeta del celuloide nacional.

Quienes, en cambio, no se definen como fieles seguidores ni defensores del mismo producto nacional, realizan similar acción con el objetivo de recibir con cierta sorpresa lo que se hace, dice, denuncia, promulga o practica desde el púlpito que concede la cinematografía.

Dicha gala, resulta imprescindible para conocer qué es lo que inquieta a los protagonistas de una parcela cultural que, en ocasiones, ejercen como embajadores del pueblo español más allá de los límites territoriales. El cine español, se quiera o no, es un producto que hay que cuidar, precisamente porque está destinado a las masas.

El sector, bien exportado, sirve para reflejar el grado de evolución social, ya sea por el tipo de historias narradas, por cómo se cuentan o por cómo se interpretan. El cine es un bien de consumo universal que dice mucho de cuánto ocurre en una zona del mundo. Por eso hay que apoyar a su industria sin contemplaciones y siempre en la medida en que se den las circunstancias necesarias para hacerlo.

Otro tema bien distinto es la gala anual. Algo de lo que se podría prescindir tal y como se entiende en la realidad. Dicho evento, con los máximos respetos hacia quienes lo preparan con cariño, guionizándolo creativamente para hacerlo atractivo, adquiere un cariz reivindicativo que se podría obviar. Simplemente, porque concede favoritismos a un sector que el resto de la población, en igualdad o, incluso, inferioridad de conciciones no tiene.

Por partes. Que el mundo del celuloide se reivindique, no es malo. De hecho, resulta necesario. Pero hay que saber escoger las formas y los foros. Las denuncias del cine español son sus propias historias que, bien contadas, reflejan a través de la ficción todo aquello que se pretenda denunciar o mostrar.  El verdadero gesto de demanda lo tienen que aportar los filmes.

Máxime, si se tiene en cuenta que, no todos los colectivos afectados por la crisis gozan de la misma oportunidad. Parece injusto que unos sí puedan y otros no reclamar sus carencias en un acto radiotelevisado y abonado por todos los españoles. Si no, que le pregunten a los militares, médicos, bomberos, administrativos, señoras del hogar o a cualquier desempleado, en general, por nombrar a alguien.

El mundo que gira alrededor de la Academia debe evitar emplear dicho evento para convertirlo en un programa cargado de reivindicaciones de carácter ombliguista. Ese mensaje ya cansa. Ese no es el foro. Y no vale el argumento de que es “su fiesta”, porque no lo es. Es de todos los españoles, porque se paga a escote, se sufraga con el dinero de todos.

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