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Esquila blanquiverde

Víctor Molino

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El sábado prenavideño tintineó El Arcángel. A posteriori sonó aún más fuerte de lo que en principio parecía por la bronca montada. La campana blanquiverde sonó para aletar y convocar un proceso de reflexión. Sí. Porque cuando Córdoba y sus ciudadanos hablan, en cualquiera de sus manifestaciones, es por algo fundamentado.

Con perdón de los no aficionados al fútbol, merece la pena apercibirse de lo que tuvo lugar en el colosal bloque de hormigón más caro de toda la provincia. Dentro del también denominado coliseo futbolístico, un nutrido grupo de espectadores, llegado un momento del partido, puso en duda el asenso al que estaba siendo sometido por su equipo del alma.

En primera instancia, todo puede traducirse en un desaire contra un estilo o una forma de jugar en una determinada contienda. Parece obvio. Aunque se puede ir más allá. La  brama puede tener sus consecuencias en el año.

La afición del Córdoba Club de Fútbol, sin duda, una de las más estribadas a nivel de sentimiento que existe en el planeta del balón, merece lo mejor desde hace muchos años. Por unas circunstancias o por otras apenas recibe recompensa –a excepción del pasado curso-. El seguidor blanquiverde es más fiel a su equipo que los propios dirigentes o empleados del mismo.

Cordobesista es el que cruza el puente que separa el Guadalquivir para ver a su equipo con una ilusión acumulada durante toda su semana laboral. Es el que, ávido de disfrute personal, ansía una victoria de los suyos para reír por fin . Es el que le enseña el himno más profundo del orbe balompédico a sus hijos o nietos. El que, ya de novio, se sienta en el graderío con su mujer. El que llora cuando se gana y se pierde. El que se emociona cuando suena el violín en el minuto de silencio.

Ese cordobesista notó hace seis días que, de nuevo, no estaba recibiendo lo que merecía. Por eso protestó. Por eso reprochó la actitud de algunos jugadores y criticó directamente a su mando que, con  impotencia, apenas pudo tener la opción de variar un ápice de lo que allí ocurrió.

Los cánticos en contra del entrenador y la hostilidad del respetable no se pueden tomar como un elemento desalentador, sino como todo lo contrario. El Córdoba goza de una afición viva, sana y muy despierta. Por eso hay que aprovechar su apoyo y su oposición. La llamada de atención no es únicamente para el líder del vestuario. Es para el grupo, para el palco, también.

Sus consecuencias, de no poner remedio a la vuelta, se pueden traducir en una desconexión con la cúpula, que ha vendido y marcado el play off como leitmotiv de campaña -algo de agradecer para asegurar una activación periódica del grupo-; con los jugadores, por no apostar fuerte; o con el entrenador, por no solventar dicha coyuntura.

La afición cordobesista relinchó el sábado porque sabe que a sus ídolos, como a todos, les hace falta impulso psicológico. Ya han demostrado que pueden. No se tomen las críticas como algo negativo. Córdoba sabe dónde y cómo actuar. Asuma cada uno su responsabilidad y ejerza. Escuchen la esquila blanquiverde. Siempre suena bien.

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