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Tolerancia política y Democracia

Vista general del Congreso de los Diputados.

Blogópolis Opinión / Humberto Gosálbez - Catedrático de Derecho Administrativo Universidad de Córdoba

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Una verdadera sociedad democrática respeta el pluralismo político y la libertad ideológica que lo fundamenta. Una sociedad democrática se caracteriza por la tolerancia política, por el respeto de las ideas políticas diferentes e, incluso, contrarias. No hay democracia sin tolerancia política, sin creencia firme en la libertad de pensamiento y en su íntimo reverso, que no es otro que la libertad de expresión; ambas clásicas libertades individuales son, sin duda, la cara y la cruz de la olvidada “moneda democrática” llamada tolerancia política, y resultan ajenas a otras monedas de cambio que están circulando en nuestro régimen constitucional.

Es más, una democracia real, y no meramente formal, ampara la tolerancia política y la fomenta, y no pone en riesgo este principio medular de la convivencia social, como así está sucediendo al permitirse la expansión de la intolerancia ideológica en el seno de nuestra sociedad, en el fondo y en las formas, durante esta última década específicamente.

Las derechas han de respetar el pensamiento de izquierdas, y las izquierdas han de respetar el pensamiento de derechas, sean cuales sean las ideas políticas de ambos extremos de la ideología política. Y no lo están haciendo suficientemente los principales partidos políticos del país. La intolerancia política de la que hacen gala últimamente no pocos miembros de nuestra clase política es inadmisible e injustificable. Ya no les basta manifestarse así durante las continuas campañas electorales, campañas puramente mitineras y propagandísticas sin reflexiones y auténticos debates de las respectivas ideas y las realidades previas que las justificarían. Intolerancia, pues, no solo presente en mítines electorales, explícitos o encubiertos con la complicidad de las redes clientelares del poder político. Porque un día sí, y otro también, las declaraciones de numerosos/as políticos/as nos muestran una falta de respeto por el pluralismo político, por la tolerancia de ideas políticas adversas u opuestas. Incluso se aprecia un trato denigrante desde la izquierda contra la derecha, y desde la derecha contra la izquierda, con manifestaciones insultantes y vejatorias en ocasiones hacia el/la otro/otra. Inaudito en pleno siglo XXI, en las puertas del año 2025.

Intolerancia política, pues, de no pocos representantes electos y gobernantes, y no sólo obra de políticos/as arribistas o fanáticos/as sin educación cívica y sin responsabilidades de gobierno o legisladoras. La ausencia del respeto por el pluralismo político alcanza a miembros del Gobierno del Estado, así como a miembros de Gobiernos autonómicos, que no tienen pudor alguno en continuar su estilo ofensivo hacia el adversario político, ni siquiera en sede parlamentaria, ni siquiera en sus declaraciones institucionales… No se arrepienten, sino todo lo contrario; justifican o disculpan su lenguaje irrespetuoso, creciéndose en la confrontación denigrante y soez; su altivez y soberbia política no tienen límites, su ego tampoco.

Intolerantes reincidentes, sí, en democracia. Intolerantes reincidentes, sí, en los Parlamentos. Intolerantes reincidentes, sí, en los Poderes Ejecutivos. ¡Ah! Eso sí, no todos los/las intolerantes son iguales en sus motivaciones. Primero observamos a los fanáticos fundamentalistas, talibanes de la política, de derechas y de izquierdas, nunca demócratas por su intolerancia genética oculta; esconden su rencor y odio hacia quienes profesan y manifiestan ideologías diferentes, justificando en ocasiones la violencia verbal y la intimidación misma hacia los/las otros/otras; son los extremistas radicales, enemigos reales de la democracia y la convivencia social, que nunca aceptarán la pluralidad del pensamiento político en la sociedad democrática; son los intolerantes emocionales o de corazón turbado, que parecían ser unas minorías absolutamente residuales y excepcionales en la sociedad del nuevo siglo y que, sin embargo, han renacido y expandido exponencialmente en esta última década de intolerancia prodigiosa que padecemos; odio político en las entrañas tienen, difícil de erradicar. Mas en segundo lugar, apreciamos, y es aún más grave, la intolerancia mostrada racionalmente, premeditadamente, conscientemente, por falsos demócratas que, por un puñado de votos y de poder, demonizan al adversario sin dudarlo y sin importarles lo más mínimo los efectos perniciosos que causan en parte de su mismo electorado y, como reacción, en buena parte del electorado contrario a sus ideas; porque no pocos militantes de sus respectivos partidos y no pocos simpatizantes incondicionales partidistas incrementan así su ya existente semilla de intolerancia política. Son, pues, auténticos “profesionales de la intolerancia”, sectarios de la política que ejercen la intolerancia estratégicamente, sin afectarles el daño que causan en la convivencia y en la confianza misma democrática; con sus palabras aumentan la crispación social, la conflictividad ideológica interpersonal, la agresividad política y la irascibilidad del pensamiento en buena parte de la ciudadanía a la que dicen representar y servir; en suma, ejercen la intolerancia hacia el pensamiento político que les incomoda y hacia las personas que lo profesan. Y ahora culpabilizan y criminalizan a quienes se muestran intolerantes a través las redes sociales, intolerantes oriundos del signo contrario por supuesto, y no los originarios de sus respectivas huestes. Intolerantes profesionales, ¿cómo os atrevéis a llamaros demócratas y a dar lecciones de democracia? Miraros al espejo, si es que aún tenéis espejos que no se rompan por vuestra aura de intolerancia prefabricada. ¡Mirad vuestra obra! ¡Es vuestra semilla, que sembrasteis dolosamente, la que ha germinado y dado sus frutos! ¡Apagad el fuego del odio político y no continuéis alimentando sus llamas! No pongáis en riesgo la convivencia y la tolerancia política en nuestra sociedad, y dejad un legado de verdadera sociedad democrática que está aún en proceso.

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