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La destrucción de los arrabales andalusíes

Alfonso Alba

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El viernes día 2 de noviembre tuvo lugar en la sede de Casa Árabe de Córdoba un debate sobre la destrucción de los arrabales andalusíes de Córdoba. Ignacio Muñiz, arqueólogo, pero que hablaba como miembro de una Plataforma que se fundó para tratar de detener aquella destrucción, documentó en una mirada panorámica la mayor destrucción de patrimonio arqueológico en menor tiempo (2000-2010) de la Historia de la Humanidad (no es exageración). Ocurrida en Córdoba y en pleno siglo XXI. Un millón y medio de metros cuadrados de restos arqueológicos de la mayor ciudad islámica medieval de Europa. Sin que se haya salvado más allá de un 0’5% escondido en sótanos y garajes. Y que continúa todavía hoy como demuestra el que el Excelentísimo Ayuntamiento de Córdoba haya conmemorado los 1.200 años de la Revuelta y destrucción del Arrabal de Saqunda con un solo acto: su segunda destrucción, esta vez del yacimiento. Para construir un aparcamiento. Seguimos haciendo historia.

Las responsabilidades son múltiples pero claras. Y las justificaciones intragables. En la exposición de Muñiz se pudo comprobar perfectamente la monstruosa entidad del arqueolocidio: calles, plazas, mezquitas, caravansares, almunias (palacetes), casas dotadas de saneamientos, pozos, desagües, patios y múltiples dependencias.  Un millón y medio de metros cuadrados y un 0’5 son muchos metros cuadrados destruidos y muy poco conservado para poder justificar nada. Una ocasión de oro perdida de haberse conservado, aunque hubiese sido el tamaño correspondiente al de un simple campo de fútbol en el que haber musealizado un buen trozo de arrabal para que los cordobeses y los visitantes de fuera, con las explicaciones pertinentes, pudieran haber conocido y entendido in situ el tipo de vida que llevaron sus vecinos precedentes de hace 1000 años, en un momento en que la ciudad fue algo así como la Nueva York de Europa. Un patrimonio arqueológico de incalculable valor cultural de cuyo conocimiento y disfrute se ha privado egoístamente a las generaciones presentes, pero, sobre todo, a las generaciones futuras.

El otro ponente, el arqueólogo Alberto León, como miembro que fue del convenio UCO-GMU, el organismo que se creó con el fin de evitar los desmanes de los años anteriores pero sólo consiguió que se multiplicaran por diez, se lanzó en tromba a descalificar de mala manera, con palabras muy gruesas, impropias de un debate como el que se estaba celebrando, la exposición de los incontestables hechos expuestos por Ignacio Muñiz. Y sin un lamento ni asunción de responsabilidades, por remotamente que le correspondieran, por ellos.

Pero sólo consiguió retratarse y retratar la soberbia actitud antisocial con la que se ha gestionado el patrimonio de todos los cordobeses en esta ciudad y el silencio de la ciudadanía, sólo comprensible, aunque no del todo, por la complicidad de los medios de la época, completamente vendida, como la propia gestión patrimonial, a los intereses de la mafia del ladrillo, que orquestaron una campaña de desprestigio de la arqueología y de los beneficios sociales de la preservación de los restos de nuestro pasado. 

Fueron unos cuarenta los asistentes, del ramo de arabismo, que se llevaron la imagen de esta ciudad que realmente se merece más allá de los Patrimoniazgos de la Humanidad que aprovechamos para vender flamenquines. Algunos de esos asistentes al simposio y que tenían sólo vagas referencias de la magnitud de la destrucción quedaron literalmente en estado de shock. Doy fe de ello.

Manuel Figueroa “Harazem”

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