¿Tienes algo que decir y lo quieres escribir? Pues éste es tu sitio en Blogópolis. Escribe un pequeño post de entre cuatro y seis párrafos a cordopolis@cordopolis.es y nuestro equipo lo seleccionará y lo publicará. No olvides adjuntar tu fotocopia del DNI y tu foto carnet para confirmar tu identidad. Blogópolis es contigo.
El desprecio del deber

Por un momento, imaginemos una escena grotesca: el capitán de un barco en plena tempestad confesando, con la cubierta anegada y la tripulación a la deriva, que no sabe navegar. No es una metáfora exagerada; es el retrato que Salomé Pradas, exconsejera de Justicia e Interior de la Comunidad Valenciana, pintó de sí misma el 11 de abril de 2025 ante el juzgado de Catarroja. “No sabía nada de emergencias”, dijo, como si esas palabras pudieran absolverla del peso de 228 vidas perdidas en la DANA del 29 de octubre de 2024. Su admisión no es solo un acto de sinceridad tardía; es una bofetada a la confianza pública, una dejación de funciones que trasciende lo personal para convertirse en un símbolo de desprecio institucional. ¿Qué ocurre cuando quien debe protegernos renuncia a su deber? El caso de Pradas nos obliga a mirar de frente las consecuencias de esa abdicación.
Pradas no era una técnica improvisada ni una funcionaria de bajo rango. Era la consejera de Justicia e Interior, el “mando único” según la ley valenciana, encargada de dirigir la respuesta a una emergencia que AEMET anunció con horas de antelación. Su confesión de ignorancia no es un detalle menor; es una renuncia explícita al liderazgo que su cargo exigía. Al declararse una figura meramente “institucional” que delegaba todo en los técnicos, Pradas no solo admitió su ineptitud, sino que reveló una verdad más oscura: estaba dispuesta a ocupar un puesto de poder sin asumir su responsabilidad. Es como si un cirujano, en plena operación, confesara que nunca estudió medicina y culpara al bisturí por el desastre.
Esta dejación tiene efectos que reverberan más allá de la tragedia inmediata. Primero, desmorona la confianza en las instituciones. Si la persona designada para protegernos en los peores momentos no comprende los protocolos más básicos –como el ES-Alert o el Sistema Automático de Información Hidrológica–, ¿qué seguridad nos queda? La ciudadanía valenciana, que vio sus barrios engullidos por el agua mientras el CECOPI se reunía con horas de retraso, no solo perdió seres queridos; perdió la fe en que el sistema está diseñado para salvarlos. La confesión de Pradas no es un mea culpa; es una traición a esa expectativa básica de competencia.
La dejación de Pradas no opera en el vacío. Es el eslabón de una cadena de abandono que comienza en el sistema que la colocó en el cargo. Nombrada en julio de 2024 tras una reestructuración política, su perfil de abogada sin experiencia en emergencias no despertó alarmas en un gobierno más preocupado por equilibrios partidistas que por la preparación técnica. Este es el primer efecto sistémico de su incompetencia: expone un modelo donde la lealtad política pesa más que la capacidad. Pradas no llegó a su puesto por mérito; llegó por designación, y su ignorancia confesa es la prueba de que nadie se molestó en preguntarle si estaba preparada para enfrentarse a una crisis.
El impacto más profundo de esta abdicación es emocional y moral. La DANA no fue solo una catástrofe meteorológica; fue un trauma colectivo que marcó a una generación. Las imágenes de Paiporta inundada, de familias buscando a sus desaparecidos, de cuerpos atrapados en garajes, no se borran con el tiempo. Cuando Pradas admite que no sabía qué hacer mientras esas escenas se desarrollaban, no solo confiesa su fracaso; desprecia el dolor de quienes confiaron en ella. Cada lágrima que derramó en el juzgado, cada “no sabía” que pronunció, es un eco de la impotencia que sintieron miles de valencianos abandonados a su suerte.
Este desprecio tiene un efecto corrosivo: destruye el contrato social. Los ciudadanos aceptan la autoridad de sus líderes a cambio de protección y responsabilidad. Cuando una consejera se lava las manos, culpando a los técnicos o escondiéndose tras un listado de llamadas que no cambiaron nada, rompe ese pacto. La dejación de Pradas no solo agravó una tragedia; sembró una desconfianza que hará más difícil reconstruir la cohesión social.
Lo más insultante de la postura de Pradas es su intento de convertir la ignorancia en una excusa. Al presentarse como una figura decorativa superada por las circunstancias, busca piedad en lugar de rendir cuentas. Pero la ignorancia no es un atenuante cuando ocupas un cargo que exige preparación. Nadie obligó a Pradas a aceptar el puesto; lo asumió sabiendo –o debiendo saber– que implicaba liderar en momentos de crisis. Su “no sabía” no es una defensa; es una acusación contra su propia decisión de ponerse al frente sin estar lista.
Este intento de evasión tiene un efecto peligroso: normaliza la mediocridad en el poder. Si aceptamos que un líder puede excusarse con un “no sabía” mientras las consecuencias de su inacción se miden en vidas, abrimos la puerta a más abandonos. La dejación de Pradas no es solo un error personal; es una advertencia de lo que ocurre cuando toleramos que los cargos públicos sean ocupados por quienes no están dispuestos a cargar con su peso. Cada retraso, cada alerta que no sonó, cada ofrecimiento de la UME rechazado, es un recordatorio de que la incompetencia en el poder no es una anécdota; es una forma de violencia.
La investigación judicial determinará si la dejación de Pradas cruza la línea de la imprudencia penal, pero el juicio social ya está dictado. Su confesión no es solo un capítulo en el drama de la DANA; es un espejo que nos obliga a preguntarnos qué esperamos de quienes nos gobiernan. ¿Queremos líderes que se escuden en su ignorancia o que asuman el deber de aprender, liderar y proteger? La respuesta no está en Catarroja, sino en las calles de Valencia, donde las víctimas siguen buscando justicia y los ciudadanos exigen que nunca más se repita este abandono.
La dejación de Salomé Pradas no es solo una tragedia de 2024; es una advertencia para el futuro. Si no exigimos competencia, preparación y responsabilidad en quienes ostentan el poder, seguiremos pagando el precio de su desprecio. Y ese precio, como nos enseñó la DANA, se mide en lo que nunca podremos recuperar.
Sobre este blog
¿Tienes algo que decir y lo quieres escribir? Pues éste es tu sitio en Blogópolis. Escribe un pequeño post de entre cuatro y seis párrafos a cordopolis@cordopolis.es y nuestro equipo lo seleccionará y lo publicará. No olvides adjuntar tu fotocopia del DNI y tu foto carnet para confirmar tu identidad. Blogópolis es contigo.
0